Hay distancias que resultan sencillas de medir, sobre todo con los medios adecuados. Metro en mano, el trecho entre una punta y otra de una mesa no debería presentar dificultad, incluso puede calcularse a ojo con cierta precisión. El largo de una ruta entre dos ciudades reviste alguna mayor complicación, pero es posible llevarlo a cabo.
Para algunas mediciones es preciso combinar variables. La distancia al Sol está estimada entre 147 y 150 millones de kilómetros. Se toman, para calcularla, la luz y el tiempo. La luz viaja a 300 mil km por segundo, por lo que el Sol se encuentra a 8 minutos luz (unidad astronómica). Es una forma de cuantificar distancias fuera del metro o la milla, las más tradicionales.
Pero hay distancias humanas, físicas y metafísicas, mucho más difíciles de medir. En deportes profesionales vemos jugadores portando en sus espaldas aparatos que terminan diciendo cuántos metros han recorrido. ¿Y si se tratara de nuestras vidas? ¿Qué cantidad habremos transitado desde que nacimos hasta la lectura de este artículo? Y más impalpable aún: ¿qué tan lejos está el niño que fuimos de la persona que hoy somos?
Según los nuevos parámetros que nos marca la pandemia, la distancia social (o física) es de dos metros. Pero ¿cuál es la brecha social entre dos enemigos?, ¿cómo medir los rencores que los alejan?, ¿o el tramo que hay para el enamorado/a no correspondido y su amada/o?
La restricción perimetral es una medida cautelar (en general por motivos de violencia doméstica y/o de género) para personas amenazadas en su integridad. La Justicia requiere al presumible agresor que no pueda estar a menos de tantos metros de la residencia, trabajo o recreación de la posible agredida. Esta distancia será siempre corta y peligrosa para la víctima y larga para el victimario. Los metros y los miedos tienen diferentes medidas.
Un desterrado está más lejos de su país de lo que dicen los kilómetros. “Les contaré mi secreto, que sigo amando mi tierra… un corazón sin distancia, quisiera, para volver a mi pueblo”, cantaba Alberto Cortez.
La distancia entre pobreza y educación se agranda cuando crece la primera. No es difícil adivinar quiénes llegarán más lejos. En términos de país, ¿cuántos “metros” perdimos en un año de torpes indecisiones que aún perduran? La mayoría de los docentes están cerca y han sido, y son, determinantes en nuestras vidas pero ¿cómo medir hoy la distancia que hay entre la necedad de algunos pocos docentes, sus representantes, y los alumnos? En los mundos paralelos la distancia es infinita.
A la que queremos lejos es a la muerte. Alejarla de nuestra geografía, de nuestros compatriotas, de nuestros afectos. Nos duelen más los que están más cerca. También la muerte, salvo tristes excepciones, está más lejos para el joven que para el anciano.
A comienzos de la cuarentena, sin muertos, teníamos una alta preocupación. Ya llevamos más de 46 mil fallecidos en nuestra tierra, y a medida que aumentaban las cifras disminuía el interés. Si no nos toca de cerca, disminuye la atención.
¿Cuál es la distancia entre un gobierno y su población? Una de las palabras de moda es “visibilizar”, hacer evidente lo que, aun sucediendo, estaba oculto. Su contrario es “invisibilizar”, esconder con discursos, frases triunfales y falsas cifras, los muertos que nos ponen en una situación más que incómoda como país. Alejar a los fallecidos para tapar la mediocridad y la carencia de acciones e ideas. No enterremos nuestros muertos en la fosa común de los números impersonales.
En tren de hablar de lo remoto y lo cercano, Atahualpa Yupanqui, poeta del ser humano en el camino, cantor del trabajador y su paisaje, supo preguntarse en ¿A qué le llaman distancia?: “Eso me habrán de explicar. Solo están lejos las cosas que no sabemos mirar”. Saber mirar. Abrir los ojos, la mente y el corazón.
*Secretario general de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR-CABA).