A fines de la Edad Media, un monje franciscano y filósofo, Guillermo de Occam solía citar un principio que terminó por ser conocido como “la navaja de Occam”. Este principio ordenaba que no se deben multiplicar las entidades sin necesidad. Y si bien fue concebido como un principio metodológico, hoy podría ser pensado aplicado a la construcción de los espacios políticos.
¿A qué viene recordar a un monje franciscano para hablar de las PASO? Por empezar, una vez que traspasé el biombo que albergaba el recinto eleccionario, descubrí un colorido mosaico de listas confusamente (des)ordenadas que empapelaban los paneles del biombo que se multiplicaban y combinaban como los panes y los peces. Pero además de ese festival multicolor, con nombres que se repetían junto a ilustres desconocidos arrastrados en las listas sábanas, sólo en 2015, el afán eleccionario nacional nos regalará tres jornadas donde celebraremos el ejercicio de ciudadanía que significa votar. No es casual que ese principio también sea conocido con el nombre de “principio de economía”: tres actos eleccionarios en un año demanda una inversión descomunal provista por los flacos bolsillos de los votantes. Y esa inversión se multiplica aún más cuando advertimos que de salir finalmente electo en esta contienda por etapas, cada uno de esos nombres será recompensado con un generoso sueldo que sale de los mismos bolsillos de los contribuyentes (un comunero, sin ir más lejos, percibe el 60% del sueldo de un legislador).
Navegando en este electoralismo permanente, nuestro voto concede legitimidad de origen a quienes son electos por los ciudadanos y acceden al poder en su representación. Pero ese voto de confianza se concede a cambio de una promesa que recién será validada cuando el jefe y el vicejefe de gobierno, los legisladores y los comuneros –ese ejército de ilustres desconocidos- ganen legitimidad en el ejercicio del poder, gobernando según las expectativas de quienes los votaron. Por el momento, todos y todas sigamos participando.