La falta de una visión económica integral y la propia inconsistencia de las medidas que se vienen aplicando, desvirtúan estructuralmente los avances realizados desde la salida del modelo neoliberal. La decisión política de abandonar el paradigma económico ortodoxo nos permitió dejar atrás la crisis originada en aquella etapa, y así lograr importantes resultados en materia de empleo, recuperación salarial y consolidación de los fundamentos macroeconómicos. Es decir, se tomó una decisión política y se aplicaron medidas consistentes para conseguir el objetivo buscado.
En el marco de este positivo camino, a finales de 2007, con el inicio de una nueva etapa de Gobierno, se abrieron desafíos ineludibles de encarar. Existía una agenda de mediano plazo necesaria de abordar para consolidar las transformaciones realizadas y mejorar la distribución del ingreso y la situación social en general.
Sólo a modo de ejemplos, podemos mencionar que era central enfrentar temas como el inflacionario, jerarquizar la capacidad de intervención del Estado, analizar reformas efectivas en el sistema impositivo y financiero, aplicar políticas específicas en las regiones más rezagadas en términos de pobreza, y mejorar el impacto de las políticas sectoriales, de manera de garantizar la sustentabilidad y calidad del crecimiento.
Por diversas razones, y sin ánimo retrospectivo, no se avanzó sistemáticamente en dicho camino, desperdiciándose de esta manera un escenario internacional muy favorable para la consolidación de un nuevo paradigma económico.
Sin embargo, aún en este escenario descripto, merece considerarse que frente al pico más grave de la crisis mundial (finales de 2008 y 2009), el Gobierno adoptó una serie de medidas eficaces para desafiar un escenario tan negativo.
Políticas equivocadas e inconsistentes. Las medidas adoptadas, en particular en los últimos dos años, ya no muestran siquiera aquellos reflejos positivos referidos, y generan aceleradamente –cada vez– mayores dificultades. Las políticas no se articulan de forma coherente, y se termina así en un extraño voluntarismo frente al tema inflacionario, salarial, de comercio exterior y macroeconómico.
La política actual en materia cambiaria y fiscal, la intención de contener incrementos salariales sin estrategia antiinflacionaria, la pérdida de competitividad y en suma, la orientación global, alteran los objetivos conceptuales que se han sostenido y afectan los logros conseguidos y el escenario futuro.
Así el año 2012 se caracterizó por una muy elevada inflación con crecimiento nulo o muy bajo (síntoma elocuente de las dificultades señaladas), problemas cambiarios y fiscales crecientes, y un muy limitado desempeño del empleo y la inversión.
Además, esta realidad debe evaluarse en un favorable contexto internacional que hubiese permitido un desempeño muy superior de nuestra economía.
La ortodoxia, un riesgo siempre latente y grave. La dictadura militar iniciada en 1976 y las políticas aplicadas en los 90 determinaron un daño económico y social de tal magnitud, que aún en el presente seguimos sufriendo sus consecuencias.
Fueron etapas en donde las decisiones económicas estaban absolutamente en manos de grupos económicos, de intereses externos y de dirigencias ajenas a cualquier visión nacional.
Pese a la conciencia que la gran mayoría de la sociedad tiene sobre esta situación, existe todavía cierta dirigencia que se siente cómoda con una ortodoxia que nos llevó a la ruina (incluido a la mayoría de los empresarios).
Así se evidencia en rápidas y simplificadas promesas para reprivatizar YPF o los fondos previsionales, la intención de reivindicar las políticas de ajuste europeas o muchos aspectos de la etapa neoliberal argentina, y en la utilización de frases y propuestas “similares” a las que predominaban en los 90.
La crisis internacional es otra demostración muy clara para la sociedad del fracaso de los esquemas neoliberales, y las inequidades que determinan las políticas aplicadas por la mayoría de los países de la Unión Europea.
Pero este consenso presente no nos debe hacer perder de vista que nuestro país corre el riesgo de distorsionar gradualmente una lógica conceptual válida, mediante una instrumentación que carece de consistencias elementales.
Reorientar la política económica. No estará muy lejos un amplio consenso sobre la necesidad de reorientar medidas de política económica. Si bien las reglas actuales de la economía (sistema financiero no dolarizado, tipo de cambio flexible, nivel de reservas) y el precio de los commodities alejan escenarios de bruscos shocks, la coyuntura acentuará las certezas sobre las obvias ventajas de generar una política económica articulada y cohesionada, con un plan integral. Como se dijo, no se trata de desmembrar principios conceptuales, sino de vincularlos y hacerlos efectivos en una instrumentación adecuada.
El contexto internacional es complejo, pero hasta el momento sigue brindando oportunidades para la Argentina.
La crisis abre incertidumbres y genera dificultades diversas, pero el precio de nuestros principales productos de exportación agrícola es tan elevado en términos históricos, que genera un nivel de exportaciones relevante para nuestro sector externo. Además la liquidez internacional crea condiciones para facilitar potenciales inversiones en nuestro país.
La rígida política cambiaria de Brasil determina una oportunidad histórica para Argentina, pudiendo –potencialmente– propiciar un flujo de inversiones y actividades productivas que en Brasil no encuentran condiciones de rentabilidad. El Mercosur encuentra en esta etapa condiciones objetivas para ser un espacio de reindustrialización de todos sus socios, y en ese sentido, la política cambiaria brasileña es favorable para nuestro país.
Hacia futuro, se trata de analizar y debatir las medidas a adoptar, para que la buena técnica económica acompañe y consolide los mejores objetivos, resguardando el criterio que la “economía” debe siempre subordinarse a la política, para que ella en representación de la sociedad defina los grandes marcos económicos y sociales.
*Ex secretario de Industria, Comercio y Pymes de la Nación, y ex ministro de Economía y Producción de la Nación.