Dos o tres cosas se me vienen especialmente a la cabeza cuando pienso en el 24 de octubre del año pasado. Me acuerdo, por un lado, de lo emocionante que fue esa noche para el equipo de Cambiemos, desde la incertidumbre inicial por la falta de datos hasta las espectaculares confirmaciones –con el triunfo de María Eugenia en la Provincia y el empate (a esa hora) en la elección presidencial– a partir de la medianoche.
Me acuerdo también de los miles de voluntarios que ayudaron a fiscalizar aquel día, sobre todo en el Conurbano. Creo que una de las historias todavía subterráneas de aquella jornada, que merece más relevancia en la lista de explicaciones sobre por qué pasó lo que pasó, es el inédito esfuerzo de fiscalización, surgido gracias a un cambio de normativa de la Comisión Nacional Electoral, que permitió a residentes de un distrito fiscalizar en otro, y fue aprovechado por Cambiemos para llevar fiscales experimentados (y debutantes) desde la Capital hacia los cordones bonaerenses. Ojalá que cuando los historiadores cuenten, dentro de 20 o 30 años, la historia de aquel día, se acuerden también de los fiscales y del gran trabajo de coordinación política que hizo falta.
También está la sensación, aquella noche y en los días siguientes, de que Cambiemos había dejado de ser un participante lateral de la vida política argentina, un cordero a merced del lobo peronista, para pasar a ocupar, súbitamente, en un momento muy concreto después de la medianoche de aquel domingo, un lugar principal y protagónico de la cadena alimentaria política. A la mañana siguiente, Mauricio Macri ya se había convertido en el favorito para ser el próximo presidente, a pesar de haber terminado segundo en la primera vuelta; y María Eugenia Vidal se empezaba a preparar, ante la mirada atónita del país entero, para asumir como gobernadora de la provincia de Buenos Aires.
Esta sensación quedó un poco difuminada por análisis posteriores sobre la campaña, según los cuales Aníbal Fernández y Carlos Zannini eran candidatos tan malos que casi cualquiera les habría ganado y que por eso los triunfos de Cambiemos en la Provincia y en la Nación fueron no sólo fáciles de pronosticar, sino también casi inevitables. No lo recuerdo así. Lo que recuerdo es una campaña muy pareja, en la que se peleaba voto a voto y distrito por distrito, pero siempre con la sensación en el aire de que el FpV era el único contendiente serio en la pelea y que Daniel Scioli parecía estar siempre a un puñado de votos de ganar en la primera vuelta.
Cierro con esto: la del 24 de octubre es mi noche electoral favorita del año pasado. La de las PASO no fue mala, pero la madrugada (en forma de recuentos definitivos) trajo una resaca con sabor agridulce. Y la del 22 de noviembre, aunque consagró el trabajo de tanto tiempo, fue rara, porque Cambiemos, el eterno retador, esta vez estaba obligado a ganarla. Aquella primera vuelta, sin embargo, por el triunfo de Vidal y por el gran resultado de Mauricio Macri, fue la que más grados tuvo en la escala Richter de terremotos políticos.
Sabíamos que una mayoría de los argentinos quería un cambio. Y esa noche fue muy emocionante comprobar que estaban eligiéndonos a nosotros para empezar a recorrerlo.
*Subsecretario de Comunicación Estratégica de la Nación.