Ricardo ingresaba por la izquierda de la pantalla; Francisco por la derecha. El primero decía que “creía en la verdad” y el otro “en el respeto”, sin dejar en claro si, a su vez, cada uno creía también en lo que creía el otro. Por ejemplo, si Francisco creía en la verdad.
Las alianzas no son sencillas sumas de partes. Viven en el desafío eterno de mostrar unidad cuando a la mayoría de la gente le resulta complejo y poco claro comprender por qué esas personas están juntas. Estos intentos de espacios nuevos se ejecutan con figuras que la gente además ya conoce, y ese conocimiento se acompaña del otorgamiento de cualidades que se supone cada uno posee. Todos tienen algún sitio del universo político en donde la gente puede colocarlos. Cuando De Narváez y Alfonsín se juntaron, ofrecieron un producto en la góndola electoral que era confuso en extremo. No es esto lo que Lilita está pidiendo.
Lo de Carrió es inédito en su vida. Una mirada rápida y repetitiva describiría el caso como una ruptura más que ella misma protagoniza, haciendo que esto sólo sea una actitud individual. Pero Carrió está proponiendo una estrategia para llegar al poder, no está hablando solamente de valores morales, plantea un escenario de vida o muerte contra el partido justicialista y con una posibilidad real de victoria.
Comenta datos de encuestas y dice correctamente que su intención de voto por ahora es baja, que si Pino sigue con el asunto del fracking no será atractivo sino sólo para sus militantes y que los radicales prefieren perder. Describe la situación en base a información concreta y piensa en opciones. No es un delirio místico, es una descripción precisa.
Mientras Ricardo y Francisco presentaban la simple suma de sus partes para la consolidación de una nueva unidad política, Carrió propone hoy una identidad que cobra sentido por la oposición a otra. Es decir, no es en la identidad de sí mismos donde encontrará la razón de ser, sino en el objetivo final de evitar que el justicialismo siga gobernando otros cuatro años. Usa el disfraz de Churchill para abrazar a Stalin.
El radicalismo demoró seis horas en decidir qué hacer con el PRO y el haberse juntado muestra poca claridad sobre qué destino asumir. Ella pide decisión y transmite la suya; el radicalismo responde con demoras y dudas.
En un canal, María Eugenia Vidal jugaba con sus tías en los ocho escalones. En otro, Cobos respondía a las acusaciones de Carrió como lo hicieron todos los radicales y Pino Solanas. La televisión, las radios y demás medios de comunicación hacían convivir de manera impresionante la defensa y la diversión. Pino se reía a carcajadas y era noticia su modo simpático de reaccionar. La única persona que hablaba sobre estrategia y política era Carrió.
Todo lo que Lilita ha dicho sobre sus colegas de UNEN en esta semana no debe ser nuevo en sus pensamientos. Sin embargo, esta nueva Lilita se los guardaba por objetivos mayores. Debe pensar muchas cosas del PRO y de Macri, pero desde su visión hoy, del logro del poder, no es eso relevante.
Elisa Carrió le presenta al electorado una audacia y voracidad por llegar al poder no comprendida del todo. Pino debería realmente estar agradecido y dejar que otros como él se beneficien de estas estrategias. ¿Por qué él sí puede y los del PRO no? Parece que todo es un capricho de Carrió, pero en realidad, resulta en un capricho de los otros.
Para parte importante del electorado suena lógico que Carrió se sume a Macri, que allí circule Cobos y algún otro radical. En esa ecuación no ingresan ni Binner ni Pino Solanas. Binner tiene su propio partido y, en todo caso, puede tener vida propia si es que lo del PRO no lo hace sentir cómodo. Carrió hace las cuentas bien. Ella, otros de UNEN más el PRO, modificarían de manera concreta el escenario de voto presidencial.
Como pocos personajes en la historia, Carrió logra rediseñarse e ir un poco adelante del resto. Ese ritmo frenético que impone parece insoportable para aquellos que necesitan tiempo para elegir quedarse para siempre y, eternamente, en el mismo sitio. Es más cómodo, pero poco efectivo.
*Sociólogo. Director de Ipsos Mora y Araujo.