Anoche volví a ver El ciudadano. La excusa que me di esta vez fue que ha vuelto a encabezar la lista de las cien mejores películas americanas de la historia que cada diez años realiza el American Film Institute. Volver a verla confirma toda su grandeza. A 66 años de su estreno, no ha perdido nada de su complejidad, de su hondura, de su energía… Sin dudas es la gran película del cine americano; va a la esencia del mito fundante de los Estados Unidos: el éxito, el poder; cuanto más absolutos, mejor. Pero se concentra en su reverso: cuanto más en la cima, mayor la soledad. Charles Foster Kane logró todo lo que el poder y el dinero pueden otorgar a un hombre, pero al final de su vida daría todo por volver a ser el niño que fue y cambiar todas las opciones que tomó.
El ciudadano es la reconstrucción de la vida de ese hombre poderoso a partir de la mirada de los otros. Parte de reconocer que la suma de sus acciones públicas no nos da ninguna idea de la esencia de un hombre. Un periodista parte a buscar qué secreto encierra la última palabra que pronunció Kane antes de morir: Rosebud. Como las capas de una cebolla, los testimonios de los que lo rodearon van encimándose, contradiciéndose entre sí, complejizando al personaje, tridimensionando el relato. Nosotros, los espectadores, vamos descubriendo que este hombre fuerte, fundador de un imperio de la comunicación, con capacidad de crear gobiernos y voltearlos, hacía lo que hacía con el solo fin de ser amado: por el pueblo, por los trabajadores de su empresa, por las mujeres de su vida. Pero el mesianismo que le posibilitaba construir poder, le impedía provocar en los otros ese amor que él no podía sentir, porque nunca lo había aprendido. Cuando niño fue separado de todo afecto para ser formado como un dirigente. La educación sentimental no formó parte de su adiestramiento. Esa fractura es Rosebud, el trineo infantil que quedó en el hogar de su madre. Es lo que ronda en su cabeza cuando conoce a la que sería su segunda mujer, sorprendido de que ella se interese por él desconociendo que es dueño de un imperio. También piensa en Rosebud cuando ella lo abandona, cuando descubre que todo su poder y todo su dinero no alcanzan para retenerla.
El ciudadano concluye con las palabras del periodista que había intentado descubrir el secreto de un hombre. Rodeado de infinidad de obras de arte aún embaladas (¿puede haber un objeto más inútil?), que Kane había acumulado con voracidad a lo largo de su vida, asume el absurdo de su búsqueda: “Todo este tiempo estuve jugando con rompecabezas. No pude averiguar qué significa Rosebud, y si lo hubiera hecho no habría ganado demasiado. Charles Foster Kane fue un hombre que tuvo todo lo que quiso tener y luego lo perdió. Quizá Rosebud fue algo que no pudo tener o algo que perdió. Por lo que no habría explicado nada. No creo que una palabra pueda explicar la vida de un hombre. No. Creo que Rosebud es sólo una pieza en un rompecabezas. Una pieza perdida…”.
*Director de cine (Tango feroz, Plata quemada y El método, entre otras).