Tiempos felices. Cuando De Narváez era duhaldista. |
Se está gestando una nueva versión de “la madre de todas las batallas”. Como siempre, se librará en la provincia de Buenos Aires, donde se concentra el cuarenta por ciento de la población del país. Esta vez se enfrentan De Narváez y Duhalde. Promete ser no menos feroz que las anteriores “cruzadas”: 1998-2003, Menem vs. Duhalde; y 2004-2005, Kirchner vs. Duhalde.
Los roces durante la campaña de Felipe Solá con De Narváez fueron la punta del iceberg de ese tumultuoso conflicto en el que, al revés de los océanos –donde en la superficie las olas se embaten violentamente unas contra otras empujadas por el viento, mientras en la profundidad del mar todo es tranquilidad y silencio– en este caso en la superficie todo parece relativamente calmo, pero en lo profundo las chispas amenazan con una reacción en cadena.
Hasta que venció el plazo para presentar en la Justicia Electoral las listas de los candidatos, varias veces De Narváez quiso eliminar de ellas a Felipe Solá rompiendo el acuerdo entre ellos. Una vez vencido el plazo y ya con Solá en las listas, nuevamente De Narváez quiso enviarle un mensaje de desagrado a Solá pasándolo del segundo al décimo lugar en la lista para que se ofendiera y se fuera. La Justicia Electoral permite que una vez presentadas las listas se pueda alterar el orden siempre que se mantengan los mismos candidatos.
No era Felipe Solá el actor principal de ese conflicto ni el destinatario real de los mensajes de De Narváez. Lo era el mismísimo Duhalde.
Duhalde, escritor. Hacia el final de la campaña, cuando ya no se daba por descontado el triunfo del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires, varios intendentes del Conurbano que formalmente apoyaban al oficialismo, preocupados por su suerte, le habrían pedido a Duhalde que los representara ante De Narváez para acordar alguna forma de concesiones recíprocas (lo que se supone acordó Sergio Massa por Tigre directamente con De Narváez y que también surge de sus propios dichos en el reportaje publicado el domingo pasado) y fuera garante de ese eventual acuerdo.
Fuentes cercanas a los barones del Conurbano sostienen que Duhalde respondió que no podía ser garante de nada con De Narváez, porque la tensión entre ellos había llegado al punto en el que pasaban días en los que ni se atendían el teléfono.
El viernes de la semana pasada, mientras le hacía el reportaje a Francisco de Narváez que se publicó en la edición del domingo, Duhalde estaba llegando al aeropuerto de Ezeiza, de regreso del viaje a Europa que tuvo por fin principal alejarlo del momento de la votación. Durante la entrevista, De Narváez me pide –off the record– poder cambiar sus respuestas a las preguntas que le estaba formulando sobre Duhalde (el reportaje, en http://fon.gs/mgmi09/) en el caso de que el ex presidente realizara alguna declaración pública, hecho que finalmente no sucedió. De Narváez dijo que hasta tenía escrita una respuesta oficial si Duhalde se incluía en el triunfo frente a Kirchner.
Este lunes le tocó a Duhalde venir a PERFIL. En su caso no era para un reportaje sino para entregarme el original del libro que está terminando de escribir, con prólogo de Lula. Habíamos combinado el encuentro un mes antes de las elecciones, cuando Duhalde me llamó por teléfono para contarme de su libro La renta básica de ciudadanía, un derecho que, de poder aplicarse, transformaría socialmente a la Argentina en el primer país en vías de desarrollo que instrumentaría el Estado de Bienestar, con el que la socialdemocracia europea sacó a varios países de la pobreza de la posguerra a mediados del siglo pasado y los convirtió en la zona mundial con menor pobreza del planeta.
Durante el encuentro, un almuerzo, Duhalde pasó a hablar de las elecciones y el futuro político. Pero, a diferencia de De Narváez, quien sí me permitió que hiciera público su off the record sobre que tenía preparada una respuesta si el ex presidente se arrogaba algún papel en su triunfo, Duhalde prefirió que sus dichos quedaran en el terreno de una conversación privada. “Cuando pueda hablar públicamente, lo llamo y hacemos un reportaje largo como el de De Narváez o el que me hizo el año pasado”, concluyó.
La tercera cruzada de “la madre de todas las batallas” recién comienza. No será igual si Reutemann decide ser el candidato a presidente del peronismo en 2011, en cuyo caso precisará de Duhalde en Buenos Aires, que si Macri termina siendo el candidato a presidente y Reutemann, como desea De Narváez, acepta ir de vicepresidente de Macri, concentrándose en conducir el Congreso. Si De Narváez y Macri absorbieran a Reutemann (cooptaran, como decía Carrió), Duhalde tendría una influencia reducida y De Narváez terminaría la tarea que comenzó Kirchner: hacer que Duhalde sea definitivamente pasado.
El plan de De Narváez para la provincia se inspira en el judo y aspira a convertir problema en solución. Si el gobernador de la provincia de Buenos Aires siempre ha sido un rehén del presidente porque, al recibir mucho menos de lo proporcional de coparticipación federal, está condenado a la ayuda de la Nación, De Narváez pretende condicionar al presidente antes de su elección para invertir los papeles.
Si los votos que él obtenga en la provincia de Buenos Aires en 2011 fueran determinantes para que triunfara un candidato presidencial, De Narváez pensaría apoyar como presidenciable sólo a aquel que se comprometiera a concederle cinco ministros claves en el gabinete nacional más una nueva ley de coparticipación. Si bien es cierto que en Brasil, donde Lula cuenta con apenas el 10% del total de diputados, el gabinete refleja las alianzas electorales y hay ministerios concedidos previamente a determinados partidos de la coalición, en la Argentina nadie podría garantizar que el presidente, una vez electo, no olvidara todas las promesas, aun las formuladas públicamente, como aspira De Narváez que haga su candidato. Menos aún podría alguien asegurar que se modificara la Ley de Coparticipación en un único sentido, porque no parece existir un presidente con el poder suficiente para hacerlo. Además, en Brasil –para repartir y conformar a todo el mundo, incluido el presidente– hay 37 personas con rango de ministro.
Falta la eternidad de dos años. Para quien estos dos años serán aún más eternos es para Daniel Scioli: el domingo pasado PERFIL adelantó sus problemas con el juego y hoy vuelve (ver página 2) con novedades de un escándalo similar al Valijagate o Skanska, pero bonaerense.