Como viviendo dentro de un tango de Gardel y Razzano, todo el país espera algún milagro. Como dice Sartre en su novela La suerte está echada (título bien tanguero): ¡Un día hay esperanzas, al día siguiente ya nada se puede esperar!
Fronteras. El país parece haber llegado en estos días al borde de sus posibilidades financieras. Las reservas del Banco Central cerca de cero llevan a un racionamiento de los dólares para obtener insumos básicos para la producción, en un mundo donde sobran las divisas y existen pocas inversiones rentables. Para una comparación rápida, en el planeta, las inversiones en criptomonedas superan los dos mil billones de dólares puestos en una montaña rusa. El acuerdo con el FMI que iba a permitir (parcialmente) salir del estrés del frente financiero parece haber entrado en un limbo. Habrá que esperar hasta marzo para ver si se logra obtener una ley que avale el acuerdo, pero también para ver la letra chica de lo solicitado por el Fondo.
Pero más allá de las distinciones políticas parece estar completamente agotado el modelo de restricciones estatales que acompañó en distintos momentos a la Argentina desde la recuperación de las instituciones democráticas en 1983. La lógica de controles de capitales que comienza cada vez con la restricción de compra de dólares termina ahogando a la economía en su conjunto. Esto es un problema de carácter económico ya que en este siglo XXI globalizado, los actores del sistema funcionan con la misma lógica, independientemente de su tamaño y de su localización. Es decir, las diferencias entre la lógica de actuación del capitalismo transnacional y el “nacional” se han difuminado. El sueño de un capitalismo “nacional” parece haber desaparecido de la historia.
¿Cómo vivir? La idea “vivir con lo nuestro” que acuñó Aldo Ferrer para plantear la posibilidad de no depender de nadie y aprovechar los recursos nacionales sin intervenciones foráneas, parece estar sometida a intensos cuestionamientos cuando se comparan los altos precios internos contra los mundiales en prácticamente todos los rubros. Las empresas que producen en el país generan una especie de chantaje permanente ya que para seguir operando dentro de las fronteras nacionales demandando la protección que significa cerrar la economía a toda importación (al punto que el cierre es hoy total) o incluso logran bloquear la apertura de nuevas empresas que impliquen algún grado de competencia. Esto significa un subsidio invisible pero que paga toda la sociedad. Pero además (a diferencia de lo que ocurría en los años 70) la mayoría de las empresas pueden pagar, en promedio, menores sueldos en dólares que los países de la región, sin que esto implique que nuevas industrias busquen asentarse en el país. Las únicas que sí lo han hecho (por ejemplo, las que operan en Vaca Muerta exigieron condiciones especiales que no tiene una pyme del conurbano bonaerense).
Esta combinación de altos precios con bajos salarios lleva al país a la pobreza y al atraso convirtiendo a la frase de Ferrer: “vivir con cada vez menos”. Para graficarlo, Perú, entre 2006 y fines de 2011, duplicó su PBI, mientras que el producto argentino subió apenas un 9% (datos Banco Mundial). Cuando se observa el PBI per cápita, Argentina tuvo su pico máximo en 2011 (17.226 dólares), para verse reducido casi en un 25% hacia 2020 (13.760 dólares), también la cola de los países de la región. De esta forma, el PBI por cada habitante termina siendo hoy prácticamente el mismo que en 1998. Es difícil seguir pensando que Argentina es un país rico, cuando por el contrario, su propio sistema económico genera más pobreza.
El sueño de un capitalismo "nacional" parece haber desaparecido de la historia
Dictados. En 1977 el entonces ministro de Economía de la dictadura José Alfredo Martínez de Hoz dejó una frase que condensa la tragedia argentina: “da lo mismo producir caramelos que acero”. A partir de allí el país abandonó sus ambiciones de potencia industrial media para convertirse en un productor de productos primarios, que hoy con mayor o menor elaboración explican el 70% de las exportaciones. El plan ultraliberal de Martínez de Hoz fue el último programa económico con perspectivas claras. Curiosamente la Argentina de Videla fue uno de los pocos países que en los 80 rompió el embargo internacional contra la Unión Soviética, pues era el mayor comprador de trigo. Hoy, en cambio, Argentina tiene una alta dependencia, pero de Brasil, hacia donde se dirigieron en 2021 el 15% de las exportaciones, seguido por China 8,1%, en tercer lugar, EE.UU. (6,4%) e India en cuarto lugar (5,5%). En cambio, en término de importaciones el país parece depender de China (21,4%), luego de Brasil (19,7%) y, en tercer lugar, de Estados Unidos (9,4%). Tanto con Brasil como con China el país ha tenido el año pasado déficits comerciales con un saldo negativo de 119 millones de dólares con el país vecino, pero el desbalance que para el caso de China se multiplica por 10 (1160 millones). Una información que tuvo muy poca difusión es el interés expresado por China para en cinco años autoabastecerse en cereales y alimentos, lo que configuraría el cierre de su revolución industrial.
¿No future? Las estrategias para el desarrollo del país tienen sin cuidado a gran parte de la dirigencia argentina, política, empresarial o sindical, que miran la realidad desde la óptica de sus intereses particulares. Pero tampoco le preocupan a una sociedad que demanda cada vez más al Estado y que a su vez se queja de su ineficacia estructural: impotencia para detener la inflación e imposibilidad para dotar a la sociedad de una mayor seguridad urbana en un marco de marginación creciente de un sector no menor de la población. No hay Estado en el mundo que pueda alimentar y prestar servicios de calidad a la mitad de la población sin inundar de impuestos al que los pueda pagar. Pero lo particular es la sensación generalizada de que esto no está funcionando, y no parece haber otra respuesta que el programa maximalista de Javier Milei, en cuyo enojo parece contener a una proporción creciente del electorado de cara a 2023 que se ha cansado de la dirigencia política tradicional y que la empieza a nombrar como “casta política”.
*Sociólogo (@cfdeangelis).