Tengo la impresión de que los escritores y escritoras de la Argentina existimos sólo en fecha fija para el público. Puede ser festiva, la fecha, y entonces en abril vibra la Feria del Libro y un número masivo de “lectores” recuerda nuestra existencia y colma la Rural, donde en otras épocas reinaban los ejemplares de cuatro patas.
El sábado último, en una importante librería de Recoleta, celebramos el Día del Escritor Argentino. Que también incluyó equitativo número de escritoras. La rica producción vernácula colmó múltiples mesas, un buen número de nosotros fue sucesivamente leyendo unas pocas páginas de su obra, y el público encantadísimo resistió hasta bien tarde, muchos de pie. Un día al año, así.
Ahora vienen las tristes comparaciones, porque en estas mismas fechas pasó por acá Yannick Burtin, director de la librería Le Merle Moqueur de París, miembro de Initials, asociación de librerías independientes. Viajó para confeccionar un dossier sobre la literatura argentina, de distribución gratuita. Pero eso no es todo. Contó que todos los domingos a las muy lorquianas cinco de la tarde hay en su librería un encuentro con algún escritor/a o con su obra leída por un actor o actriz. Y lo mismo sucede, en diversos días de la semana, en el resto de los locales miembros de Initials. Por mi parte, recuerdo esa revista de papel diario, gorda, que se regalaba en Nueva York anunciando los infinitos eventos literarios del mes, mucho más allá de la ocasional presentación de un libro. ¿Qué tienen París o Nueva York que nosotros no tengamos? Porque se ve que no es difícil despertar acá el entusiasmo por la literatura nacional que suele dormitar en el alma de los ciudadanos.
Y hablando de dormitar, hay serio riesgo hoy de que ciertos grandes sueños degeneren en coma cuatro. Y tiemblo. Tiemblo por el Centro Cultural Recoleta, de incierto destino con el futuro Gobierno de la Ciudad. Se impone evitar a toda costa que se desmorone esta caja de maravillas, antes asilo municipal de ancianos y hoy galería diseñada para conservar la juventud de espíritu de todos quienes por allí transitan. En lo que concierne a las letras, el casi nuevo Espacio Literario es una joya. Y, en el primer piso, la Audiovideoteca de Escritores inaugurada apenas tres años atrás se ha convertido ya en lugar mítico. Un antro de presencias vivas donde pueden escucharse todas las voces, todas: desde Alfonsina Storni en adelante. Hay allí archivadas miles de cintas de audio y videos dispuestos a cobrar vida con sólo pedirlo. Ciento cincuenta escritores/as actuales hemos sido ya entrevistados en video de la manera más excelsa. Se trata de un proyecto de largo alcance, en constante crecimiento, un registro invalorable de la vida literaria de una nación. ¿Todo esto se irá a pique? Es un riesgo que se corre si no hay un apoyo oficial asegurado. Se apagaría así una forma de nuestra verdadera alma, esa que la gente del arte y de las letras tan bien sabe alimentar.