Es innegable que la industria de la televisión está atravesando un momento crítico, vinculado especialmente con el auge de nuevos modelos de negocio que permiten a los televidentes una conexión inmediata, eficaz y económica con sus programas favoritos, siempre bajo el ya consabido lema de “cuando, donde y cómo quiera”, que como una letanía se escucha en cuanto debate o exposición se organice en relación a los medios de comunicación y las nuevas tecnologías.
Pero he aquí que esta crisis (haciendo honor a la etimología de la palabra) ha motivado un acelerado proceso de replanteos y reflexión en la industria, luego del cual se ha abierto un inmenso mundo de posibilidades y nuevos desafíos para la televisión y para quienes producen sus contenidos.
En palabras de Bertolt Brecht, "la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer", aunque en el caso tal vez sería más acertado señalar que esta encrucijada de la industria del entretenimiento se presenta cuando la TV no acaba de transformarse y cuando los nuevos negocios recién comienzan a afianzarse entre el público masivo.
En efecto, no parecería acertado bajo ningún punto de vista afirmar que la TV podría desaparecer, pues diversas y sólidas razones nos dicen que sobrevivirá adaptándose a las nuevas circunstancias, hábitos y tecnologías en las que se desenvuelve su negocio. Así como ni la televisión ni el cable han marcado la desaparición del cine y su magia, tampoco los sistemas on demand o en línea determinarán el fin de la televisión que, sólo a modo de ejemplo, ha sobrevivido y ha crecido enormemente desde el auge del (ya extinto) video hogareño y ahora enfrenta con ingenio y fortaleza la exigente competencia planteada desde las múltiples y atractivas plataformas que inundan el mercado.
Es evidente, en tal sentido, que la televisión (entendida como estructura de negocio y no como plataforma técnica) deberá exigirse al máximo para mantenerse vigente y competitiva en la transmisión de noticias, espectáculos en vivo y reseñas de actualidad, mientras que -por otra parte- el tiempo irá develando cómo se resolverán las dudas que se plantean en relación a su capacidad para resistir el embate de las nuevas plataformas de distribución, especialmente en relación a la transmisión de series de televisión, unitarios y otras obras de ficción originalmente concebidas para la pantalla chica.
Aquí, en relación al futuro de la industria, las aguas se dividen. En un extremo, hay quienes auguran que ya nadie o muy pocos verán en forma tradicional estos productos, posición que parece verse refrendada por el público más joven, que desde sus computadoras o dispositivos móviles ya estaría marcando una clara tendencia en cuanto a las preferencias o hábitos de consumo del futuro. Pero, por otro lado ¿quién acaso y a esta altura de los acontecimientos podría predecir los hábitos de entretenimiento de aquí a un lustro o a una década?.
No parecería muy sensato arriesgar una respuesta, bastando con señalar que hasta hace unos pocos años atrás no existían ni Facebook, ni You Tube, ni Twitter, ni Netflix…, ni nada que se les asemeje.
Por otro lado (y ya que citamos las omnipresentes redes sociales), resulta oportuno mencionar que muchos estudiosos de la industria del entretenimiento y del comportamiento humano destacan la utilización simultánea de la TV , los teléfonos móviles, las tablets u otros dispositivos y de las redes como un hecho sensiblemente significativo para nuestra época, pues ven en el mismo una nueva forma que ha encontrado y fomentado el público televidente para compartir sus emociones.
Este no es un dato menor y no debería ser menospreciado por los estrategas de la industria, pues en esa necesidad de compartir, inherente a nuestra naturaleza, tal vez se juegue el futuro y la vigencia de la televisión: así como ninguna de las nuevas tecnologías ha podido suplir la aventura colectiva de ver junto con un variado grupo de extraños una película en una sala de cine, pues tampoco a las nuevas plataformas les resultará sencillo reemplazar la vivencia de compartir a un mismo tiempo y junto con varios millones de televidentes nuestra serie favorita, un gran concierto o el juego del club que lleva nuestros colores.
Aquí, por otra parte (y alimentado por ese mismo espíritu comunitario) el sentido de pertenencia adquiere en cada país o región del globo un valor particular en el direccionamiento de la producción audiovisual, ya que el empresario de medios muchas veces debe encontrar un delicado equilibrio entre la necesidad de generar productos globales que aborden temáticas universales y la demanda local que le exige elaborar productos que lleven el sello de las costumbres propias.
Cuando, de tanto en tanto, una obra logra congeniar ambos elementos, un rotundo éxito está asegurado en la medida que productor y emisor se muevan con inteligencia y agilidad, tal como recientemente ocurrió en la Argentina con la increíble repercusión que en la televisión abierta y en horario central tuvieron en su momento, a modo de ejemplo, “Escobar el patrón del mal” (Colombia); “Avenida Brasil” (Brasil) o “Las mil y una noches” (Turquía), obras que convivieron armoniosamente con las grandes series norteamericanas que inundan el cable y la televisión satelital, con las variadas ofertas que se ofrecen desde Internet y con excelentes obras locales de productoras como Pol-Ka, Underground, Telefé (líderes en la exportación de formatos) que -además de triunfar en su país- tuvieron amplia y exitosa repercusión en los más diversos rincones del mundo.
La televisión y la producción audiovisual, de tal forma, pueden resultar vitales en el cumplimiento de un antiguo anhelo: aquél que nos dice que la globalización “no tiene nada intrínseco contra la coexistencia planetaria de lo diverso”, que “su aspiración, todavía incumplida, es la universalidad” y que “aquellos inicios tecnológicos que vaciaron al espacio y al tiempo de contenidos, en favor de lo homogéneo, quedaron atrás”, posibilitando “que la propia identidad -individual, regional o nacional- integre una identidad plural mucho más vasta, una verdadera mundialización”, para que “las tecnologías mágicas que han abolido las distancias, sean empleadas para restaurar la inmediatez vivencial de lo humano”.
Así, en muchos países, vemos cómo conviven en el ámbito de la ficción -tanto en la televisión abierta como en el cable y en las nuevas plataformas- las grandes series norteamericanas, las obras realizadas por productores locales y las novelas que llegan de países vecinos o de lo más remoto del mundo. En Argentina, puntualmente, los últimos grandes éxitos en materia de crítica y audiencia han llegado tanto dese el extranjero como de la mano de productores locales que son líderes en la creación y exportación de formatos y obras.
Todo ello mientras se registran impactantes datos que muestran la evolución tecnológica y participativa del espectador: más de ocho millones de abonados a la televisión de pago, cientos de miles de hogares que pagan para ver videos en streaming; un incremento constante en el consumo de banda ancha para el visionado de obras audiovisuales, la proliferación de servicios on demand (on line o a través del cable o satélite en la televisión por suscripción o en los servicios de telefonía), otros productos pagos más pequeños (temáticos) y televisión no lineal en las páginas web de los canales abiertos o señales de cable, entre otros.
Por lo tanto, y a río revuelto, las ganancias no son sólo para Netflix, sino también para los productores y emisores que más rápido se adaptan a este nuevo y variado mercado y que son capaces de proveer contenidos de alta calidad y creatividad para que cada uno los vea cuando quiera, donde quiera y como quiera, sea en la soledad de su escritorio, rodeado de amigos, camino al trabajo o, simplemente, en horario central y en la pantalla de su “viejo”, querido, (y smart) TV.