El Gobierno presentó su oferta. Luego informó los bonos. Más tarde dio los últimos detalles. Llegó día del vencimiento de un grupo de bonos y no los pagó. Hoy se disparó la cuenta regresiva de cara a una declaración formal de default, de acá a 30 días.
Los mercados financieros primero parecieron celebrar que la oferta no era tan mala como preveían. Los bonos subieron entre el jueves y el lunes. Desde el martes empezaron a retroceder, mientras el mundo colapsa. Organizaciones de acreedores de todos los colores salieron a decir lo que tenían que decir: oferta uniltaeral, inconsulta, insostenible. El ministro de Economía, Martín Guzmán, también dijo lo que tenía que decir: que la oferta es la que hay.
A puro calls, webinars, conferencias por Zoom, charlas por Meet, los acreedores intentan transformar el aislamiento social en acercamiento financiero con gurúes históricos de la deuda argentina, con economistas pro mercado, con otros más intervencionistas, porque el tiempo corre. Y en el vasto universo de los acreedores que tienen esos papeles que significan que alguna vez alguno le prestó al país y quiere cobrar, hoy juegan al menos dos fuerzas, dos estados de ánimo, dos sensaciones.
La primera, es la de siempre: que tienen que ver qué les promete la Argentina otra vez en cuanto al pago de sus obligaciones, después de que también otra vez le prestaron hasta más no poder. Y otra vez tienen que elegir entre ceder y cobrar menos en un tiempo, o esperar a ganar más en la Justicia. El resultado de la pelea de los holdouts en 2015 los puede animar, pero puede ser un espejismo.
Porque la segunda cuestión que irrumpe en las pantallas de los smartphones de los managers que manejan las jubilaciones de los yankees o incluso de los portafolios de los fondos más especulativos es que miran a su alrededor y sólo ven ruinas. No es uno de esos momentos de la historia donde la Argentina renegoció sus deudas mientras existían otras opciones más rentables donde poner el dinero para hacer buenas diferencias.
Ahora, el coronavirus y las cuarentenas en todo el mundo destruyeron otras alternativas de inversión, y la malaria y la reacción de los gobiernos es bajar tasas, abaratar el crédito, inundar las calles de monedas, que pierden valor.
Así, los que hoy son los lobos de Wall Street del home office, viven una temporada de Billions menos audaz y provocativa. Porque diversificar las inversiones se volvió un sueño. Con todos los instrumentos donde volcar el capital con números rojos, ya no es sencillo balancear el peligro de que uno no te pague (nosotros, incluso con arreglo, no habría pagos por un tiempo) poniendo huevos en muchas canastas a la vez.
Con todo empatado para abajo, con parate generalizado y un signo de interrogación sin fin que llega hasta en los bancos que le prestaron a corporaciones que hoy están secas, una oferta que aún pueda ser tildada de agresiva podría ser, al final del día, un negocio que termina mal, pero, diría Guido Kaczka, no tan mal. Canjear un papel que hoy vale poco por otro que todavía puede seguir valiendo poco, aunque un poco más, puede hacer que la Argentina se convierta, paradoja del destino, los virus y los murciélagos chinos, en el único renglón verde en esas pantallas. ¿Alcanzará?