La enunciación de la unidad, como sustantivo propio, ocupa hoy un lugar central en el discurso político argentino. Como la democracia en 1983, los consensos, los acuerdos, el diálogo, llegarán para ponerle fin a la edad de la grieta y la confrontación. Con la democracia se come, se cura, se educa. ¿Con la unidad también?
Las divisiones caracterizaron a la política y a la sociedad argentina desde la independencia, están en su genética. La unidad nacional es un concepto que surge con los hechos fundacionales de la patria, como la Revolución de Mayo de 1810 y la Declaración de la Independencia, aprobada en Tucumán el 9 de julio de 1816, y que se expresa en cada momento refundacional del país hasta inclusive encabezar los principios del preámbulo constitucional del 53: “constituir la unión nacional”
Recitando ese mismo preámbulo, Raúl Alfonsín recorría el país en 1983. Hoy levantan su figura unos y otros, el candidato a presidente Alberto Fernández inclusive. En los últimos días se viralizó un video de 2009 en el que Antonio Cafiero homenajeaba al presidente de la recuperación democrática, en una relación que se afianzó en el histórico balcón de la Semana Santa del 87 y continuó hasta el final de sus vidas. Como dijera el escritor y periodista Martín Rodríguez: elige tu propio Alfonsín.
Otra histórica fotografía inmortalizaba el abrazo de Perón y Balbín, al que le sucedió el viejo adversario despidiendo a un amigo.
¿Eso es la unidad nacional? ¿Dirigentes políticos dispuestos a tirar para el mismo lado si es necesario? Abrazo, gestos, símbolos. ¿O la unidad nacional es ese norte hacia el cual avanzar construyendo institucionalidad democrática que propicie consensos?
En varios de sus textos emblemáticos, Guillermo O’Donnell plantea la ausencia o deficiencia de mecanismos institucionalizados para controlar a los gobernantes o para generar acuerdos amplios. “Es un mundo del sálvese quien pueda, y entrar en el juego significa al mismo tiempo reforzar las reglas según las cuales se juega. El fenómeno primario, básico, es la pérdida del sentimiento de solidaridad, la desolidarización. Cada agente racional actúa a nivel de desagregación y con el horizonte temporal que juzgue más eficaz para sus jugadas defensivas”.
La Argentina con 35,4% de pobreza –el 52,6 % son niñas y niños–, carente de un modelo de desarrollo nacional que genere empleo genuino y contemple a todos los sectores (ese todos que debemos recuperar), desarticulada, con enormes desigualdades, requiere de mucho más que gestos. Es la hora de construir acuerdos que fortalezcan políticas de Estado, al decir de O’Donnell, institucionalizar el consenso.
Pensaba en esto: el próximo fin de semana se realizará en La Plata el 34º Encuentro Nacional de Mujeres; más de cien mil mujeres van a debatir y trabajar en talleres sobre las distintas dimensiones en que se expresa la desigualdad y la violencia de género. En ese sentido, sorprendieron las palabras del arzobispo Tucho Fernández: “Las une el sueño de una verdadera igualdad, y la ira se entiende cuando se recuerda la historia, siglos de opresión, de humillación, de dominio machista, de violencia”. Y llamó a oír. Escuchar.
¿Será posible imaginar ámbitos de construcción de políticas públicas con perspectiva de género, más allá de credos, en un país donde se comete un femicidio cada 27 horas?
Del mismo modo lo requieren los vínculos entre obreros y empresarios, producción agrícola y medio ambiente sustentable, desarrollo y equidad. Es la hora.
La utopía de la unidad nacional, ese absoluto inalcanzable, debe ser la brújula para dirigentes políticos y de la sociedad civil. No se trata de la utopía como imposible, sino, como escribiera Eduardo Galeano:
“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar”.
*Lic. en comunicación social. Especialista en comunicación política y organizaciones UNLP.