Lo importante son las incontables y pequeñas hazañas de la gente común. Ellos sientan las bases de las gestas que construyen la historia. Lo han hecho en el pasado y son quienes tendrán que hacerlo en el futuro. El historiador estadounidense Howard Zinn describía la tensión entre un mundo que concentra los recursos y la riqueza en manos del 1%, y una mayoría despojada de casi todos los resortes del poder, salvo su voz cuando logra traducirla en acción.
En los últimos tiempos, la calle ha vuelto a afianzarse como el territorio en el que se dirimen o defienden derechos. O en el que se pierden, si permanece vacía. Esa proyección casi idílica de las democracias modernas, en la que cada avance suponía un trampolín hacia delante, se ve resquebrajada en el repliegue de sus propias conquistas. El nuevo universo conformado por los Trump, los Brexit, las oleadas xenófobas y racistas, o por parte de una América Latina que elige mirar al Norte aunque la menosprecie, ha renovado las razones y las pasiones de una batalla desigual pero justa.
No sólo los motivos abundan. Muchos sectores, incluidos los jóvenes, están preocupados por una realidad que va mutando en menores posibilidades presentes y en un futuro incierto. La otrora militancia de “café” hoy conocida como “militancia de sofá”, en la que la velocidad del wi-fi o la frase ingeniosa conforman la artillería más letal, se ha sumado a la protesta callejera contra un establishment al que sólo parecen resonarle las notas de su propia sinfonía.
La caja de resonancia que supo estar ocupada por los sectores más vulnerables o más embanderados en términos políticos, hoy se funden con ciudadanos que han entendido que la queja individual sólo es eficaz si se hace colectiva. El paro de mujeres a escala planetaria, con movilizaciones en cincuenta países, muestra que la desigualdad de género o la violencia machista pueden tener distintas intensidades en Guatemala o Suecia, pero los orígenes son los mismos. Hablamos de relaciones de poder, en una sociedad construida sobre cimientos patriarcales y machistas.
Las gigantescas movilizaciones en el país del 6, el 7 y el 8 de marzo mostraron dos modelos contrapuestos, en la manera de concebir la acción, la construcción y la comunicación política; entre el Gobierno y una parte sustantiva de la oposición. No se trata de formalismos o artilugios tecnológicos. De marketing u oportunismo de encuestas. Lo que está en juego es una democracia repleta de eslóganes y vacía de contenidos que muestra sus falencias y límites, o la apuesta a ampliar los niveles de representación y participación efectivas.
A las demandas sociales, el Gobierno responde sólo con números que no cierran. Y a las manifestaciones masivas, con puestas en escena de tinte publicitario. Los discursos ante las asambleas legislativas se caracterizaron por el vallado y el aislamiento de una fuerza política que le teme a la participación popular más que a la peste. El Presidente y su equipo se inclinan por timbreos con dos o tres ciudadanos “de a pie” y seis funcionarios con cara de interesarse en lo que escuchan. Si los docentes paran en todo el país, siempre habrá una escuela en Jujuy, una provincia en la que Macri se siente cómodo, y varios niños pobres como extras para la foto.
El riesgo que corre el Gobierno es comprarse lo que vende. Esta especie de sordera selectiva, o de pensar que la gente actúa por emociones repentinas y pasajeras, puede confundirlo en la lectura de una realidad compleja. El relato, a fuerza de repetición, convence y se actúa en consecuencia. Hay alertas. Las marchas y contramarchas y los “conflictos de intereses” desgastan una administración que prometió transparencia y eficiencia. Las redes sociales no son mágicas frente a los contratiempos de la política. En Argentina las mayorías no suelen ser silenciosas. Votan, opinan y actúan. La realidad no cabe en un formato Excel. “La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad”, decía Antonio Gramsci.
*Politóloga. **Sociólogo. */**Expertos en medios, contenidos y comunicación.