Ya está claro, a estas alturas, que el Gobierno ha decidido tener, en el final de su mandato, un comportamiento dual.
En materia política, y sobre todo institucional, su objetivo es la “irreversibilidad”. Es decir, consolidar mediante la sanción de leyes y reformas varias a los marcos regulatorios, la reforma constitucional de facto, que viene intentando desde hace años. En ese sentido, será responsabilidad de las futuras mayorías legislativas (de los votantes y de la inteligencia en el armado de programas y alianzas de la clase política) y de la “valentía” de los jueces, limitar el avance de este intento por reemplazar a la República, por un marco arbitrario, autoritario y discrecional, propio de un régimen diferente. Régimen que, como muestra la historia mundial pasada y presente está condenado al fracaso, pero con altísimos costos en el camino.
Pero para que la política pueda soñar con lograr cambios “para siempre”. La política económica tiene que dedicarse, exclusivamente, al “ahora” para tratar de llegar a un final de ciclo “decoroso”. Por lo tanto, lo poco o nada que se está haciendo en materia económica intenta postergar lo inevitable, para que el “trabajo sucio” sea para el próximo gobierno, a quien se le podrá “culpar” del ajuste inevitable. (Cuestión que no ha logrado Dilma, condenada a arreglar sus propios desaguisados).
De allí que se sigue con la política fiscal de gastar más de lo que se recauda y financiarlo con endeudamiento de corto plazo del Banco Central (emisión primero, y colocación de Letras después, para absorber lo emitido), condenando al Banco Central a incumplir con los roles que, explícita o implícitamente, caracterizan a una autoridad monetaria moderna. En efecto, estamos frente a una entidad destruida patrimonialmente, casi sin activos, y cada vez con más pasivos que obligan a pagar tasas de interés crecientes (con más emisión).
Y esto pese al récord actual de presión tributaria.
Esta “política financiera” se complementa con una política cambiaria y de control al movimiento de capitales y con un intento de endeudamiento con importadores, exportadores, otros Bancos Centrales, y el mercado, tendiente a acumular los dólares suficientes en las reservas, como para “aflojar” algo el cepo a las importaciones durante la campaña electoral del año próximo, de manera de “reactivar” en la búsqueda de votos.
Obviamente, el costo presente, es un “apretón recesivo” que ha logrado “reducir” la tasa de inflación a sólo 2% mensual, a costa de seguir acumulando distorsiones en todo el sistema de precios, incluyendo el tipo de cambio.
Distorsiones que se notan más, dado el contexto internacional, y que formarán parte de la pesada herencia que este equipo económico le quiere dejar al próximo, envuelto para regalo, junto a la maraña de subsidios, y desastrosos marcos regulatorios que caracterizan el mercado de la energía, el transporte, y los servicios públicos en general.
Lo mismo ocurre con todas las restricciones cuantitativas y el aislamiento comercial que tiene el país, tanto en materia de exportaciones e importaciones en el sector agroindustrial y de commodities de todo tipo, como en el sector industrial. Dicho sea de paso, una década confundiendo “política industrial” con subsidios a la energía, proteccionismo y sustitución de importaciones, nos ha costado demasiado caro, tanto a la sociedad argentina en su conjunto, como a los propios industriales, supuestamente beneficiados, y esto también forma parte de la herencia estructural.
En síntesis, el equipo político, incluyendo legisladores oficialistas y ocasionales aliados, y funcionarios de distintos niveles, se encargan de las reformas “irreversibles”. El equipo económico, mientras tanto, tiene como misión aportar, el próximo año, una “sensación de bienestar” que permita la cantidad de votos suficientes como para bloquear en el Congreso futuro cualquier intento por volver a la República.
Para ello, endeudamiento, privatizaciones y uso de las reservas (¿le suena?). Si le alcanza o no dependerá de un complejo escenario internacional, y de la forma y el timing con que administre la escasez de dólares.
Lo que sí es seguro, es que no se hará nada para empezar a solucionar los desastres macroeconómicos y estructurales que esta larga década de exageración populista nos está dejando.