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paro agrario II

Las 11 plagas de Cristina

Algo parecido nos preguntamos 4.000 años después sobre Néstor Kirchner, con K de Karnak (donde se estableció el complejo ritual más importante del antiguo Egipto): ¿hasta dónde pensará llegar enfrentándose, al mismo tiempo, con el campo entero, con el Grupo Clarín y con cualquiera? Por ahora, son preguntas sin respuestas.

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Primero, el territorio entero se llenó de ranas.
(¿Cuántos sapos nos habremos tragado ya?)
Después, todo el polvo de la tierra se convirtió en millares y millares de piojos.
(Nopucid, Nopucid, ¿será bárbaro de veras? ¿O será que en La Matanza o en Berazategui, por ejemplo, hace rato que la plata no alcanza para las primeras marcas?)
Más tarde, las aguas se convirtieron en sangre.
(Ojalá hoy no llegue al río.)
Y entonces vino una invasión de moscas y mosquitos.
(¿Se vacunaron ya contra la fiebre amarilla los que viajan más al norte de Santiago del Estero? ¿El dengue ya cruzó de Paysandú a Concordia; o el temerario mosquito aedes aegypti se habrá desalentado por los piquetes anti-Botnia?)
Y luego, la peste bovina…
(¿En qué anda la aftosa, con semejante toletole agrario?)
Al rato, el aire se llenó de cenizas y la piel de la gente, de ronchas y úlceras.
(Ojo con las cenizas del volcán Chaitén, que ya están hasta en Buenos Aires y podrían ser dañinas, porque tienen vidrio y piedra pómez; o sea: raspan ojos y pulmones.)
Enseguida fue el turno de un granizo mezclado con fuego.
(Ni les cuento cómo quedó la “Fuego” de mi primo con la última granizada, en La Plata.)
Y pasó la langosta.
(Por ahora zafamos.)
Y de golpe las tinieblas fueron tan densas que podían palparse.
(Hasta esta semana, el fuego del Delta siguió oliendo a quemado en Núñez.)
Y todos los primogénitos murieron…
(Menos mal: aquí y ahora, gracias a Dios, apenas si llovieron limones sobre la 9 de Julio. ¡Ufff!)
Estamos hablando de las 10 plagas de Egipto. Y, entre paréntesis, de la Argentina que nos toca vivir un poco de carambola y otro poco porque la argentinidad, otra vez, parece estar al palo.
¡Pobre Cristina!
¿Qué tendrá que ver ella con la mayoría de estos males que, como una conspiración esotérica, decidieron coincidir en el arranque de su gestión?
¡Pobre Cristina!
Si ya con el mono-comando de Néstor tiene problemas de sobra… Plaga 11. Una más que las bíblicas. Nuevo record argentino.
¡Pobre Cristina, convertida en maniquí Louis Vuitton en las rutas de medio país!

Los historiadores no se ponen de acuerdo, pero muchos concuerdan en que lo más probable es que Ramsés II haya sido el faraón egipcio que debió soportar las tremendas plagas citadas más arriba hasta que, por fin, las aguas del Mar Rojo se abrieron y los hebreos lograron liberarse, de la mano de Moisés. Lo que sí está probado es que Ramsés II era un terco incurable, casi suicida.
Dicen, por ejemplo, que sus consejeros y visires le sugirieron que no fuera a la guerra con los hititas, quienes habían amasado un gran poderío gracias al cultivo del trigo y la cebada, y la crianza de vacas y ovejas. Y dicen que los hititas fueron los primeros que aprendieron a manejar el hierro. Los hititas, en síntesis, eran más jodidos que la Sociedad Rural, Carbap, Coninagro y la Federación Agraria juntas. Ramsés II, de todos modos, fue a la guerra y los enfrentó en la célebre batalla de Kadesh. Los pocos documentos hititas descubiertos en Turquía afirman que fueron éstos los vencedores, por paliza. Los documentos egipcios (más duraderos, marketing faraónico garantizado) aseguran que ganó Ramsés.
Si fuera cierto que este monarca era el mismo que soportó las plagas, valdría la pena hacerse una pregunta: ¿por qué habrá decidido pelearse con los judíos y con los hititas durante un mismo mandato?
Algo parecido nos preguntamos 4.000 años después sobre Néstor Kirchner, con K de Karnak (donde se estableció el complejo ritual más importante del antiguo Egipto): ¿hasta dónde pensará llegar enfrentándose, al mismo tiempo, con el campo entero, con el Grupo Clarín y con cualquiera?
Por ahora, son preguntas sin respuestas.
Resulta conveniente, sin embargo (y a riesgo de manipular demasiado la historia, aunque sea con la única intención de que alguien aprenda de ella), recordar que, con Ramsés II, los egipcios vivieron las mayores sensaciones de gloria y los primeros síntomas de una decadencia indetenible. Y todo por la megalómana obstinación del gran conductor. De habérselo permitido la tecnología, Ramsés se habría propuesto tener el primer tren bala del Africa y sus adyacencias, seguro. Pero por más hijo del sol que se creyera, era un tipo de carne y hueso. Y punto.
¿A qué epopeya nos convocará Don Néstor el miércoles que viene, cuando asuma como jefe máximo del PJ en la cancha de Almagro y en medio del Paro Agrario II?
¿A qué juega?
¿Sólo busca, en el fondo, un empate tipo Kadesh y una red de medios que publique en tapa: “Ganó Kirchner”?
Aclaración final, antes de que oscurezca: el autor de esta nota reivindica a las sagradas escrituras nada más (y nada menos) que como una mezcla de relatos históricos y metafóricos mandatos que inspiran nuestra cultura judeo-cristiana. Están ahí para leerlas a fondo y ponerse a pensar. Acaso para corregir errores o evitar catástrofes, y no para leerlas a vuelo de pájaro y creerse Dios. Ni para lo que sería aún peor: creerse Dios ignorando la biblioteca entera.