Estuvimos en Formosa en la Fiesta Nacional del Teatro. Las obras ganadoras de cada región viajan y ofician de “representantes”. ¿Representantes de qué? Ah. Quiero decir muchas cosas y estas columnas sólo permiten decir una.
Uno. Hablamos con metonimias asombrosas de fenómenos sorprendentemente chiquitos. Un puñado de tres obras de pronto “representa” al teatro patagónico; otro tanto se suponen signo del cuyano, y así.
Dos. Actuamos Acassuso en un pueblo: El Colorado. La experiencia, que a simple vista podría parecer normal, fue –¡epa!– normal. Es verdad que hay algo de innegable “color local”: no actuamos en un teatro (porque en El Colorado no los hay) sino en una escuela (impecable y apabullante); a la función asistió el pueblo en masa y lejos de sublevarse ante las incomodidades, todos insistían en celebrar las dimensiones descocadas y felices del muy masivo encuentro; en primera fila, el intendente, su mujer y el comisario del pueblo (de rigurosa gorra y gala) compartían su privilegiada primera línea de fuego con unos perros y unas nenas que no quisieron perderse detalle. Yo prendía y apagaba las precarias luces al correr de las escenas, y por primera vez veía la obra a través de ojos muy ajenos. Y vi que en mi obra ocurren atrocidades diversas. Claro, son cosas que uno no ve, porque normalmente no viene a ver la obra el jefe de Policía. Uno “representa” a la Capital, y ahí esas cosas no pasan.
Tres. Si uno prendía la tele para ver el clima, aparecía siempre el Canal 7 con la temperatura de Buenos Aires. Que allá no sirve.
Cuatro. Mirtha Legrand, que tampoco sirve, entrevistaba a directores y actores de películas que no llegarían nunca a El Colorado.
Cinco. ¿Nos habrán mirado estos inquietos espectadores con la curiosidad, la orgullosa resignación y la indiferencia propias de saber que la batalla de los puntos de vista ya se perdió en otra parte?
Seis. La Capital inventa “lo visible”. Y el teatro es siempre un fenómeno urbano. Hasta que deja de serlo… La experiencia no modifica mi teatro. Y mi teatro, es obvio, no cambia nada en El Colorado. Pero entrever, muy fugazmente, lo que nos era invisible es un raro privilegio.