COLUMNISTAS
Bush y Hawking

Las contradicciones del salvataje

Lo que tiene de bueno escribir sobre temas acerca de los que se ignora casi todo es que la información que se posee o se puede asimilar es tan elemental que nunca alcanza para modificar las primeras impresiones. Así, uno puede pensar que el crack financiero de los Estados Unidos es la última operación maquiavélica de recursos a gran escala de una banda en fuga, relacionar, por puro efecto asociativo, el refuerzo de U$S 700 mil millones con una brillante operación que en nuestro país se llamó “blindaje”, o reírse de la manera en que funcionan las cosas en el Congreso de aquel país, en el cual, en primera instancia, los representantes de la oposición votan el plan de salvataje de un gobierno al que califican como el peor de la historia, mientras que el oficialismo lo hace en contra.

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Lo que tiene de bueno escribir sobre temas acerca de los que se ignora casi todo es que la información que se posee o se puede asimilar es tan elemental que nunca alcanza para modificar las primeras impresiones. Así, uno puede pensar que el crack financiero de los Estados Unidos es la última operación maquiavélica de recursos a gran escala de una banda en fuga, relacionar, por puro efecto asociativo, el refuerzo de U$S 700 mil millones con una brillante operación que en nuestro país se llamó “blindaje”, o reírse de la manera en que funcionan las cosas en el Congreso de aquel país, en el cual, en primera instancia, los representantes de la oposición votan el plan de salvataje de un gobierno al que califican como el peor de la historia, mientras que el oficialismo lo hace en contra. Claro que luego uno recuerda que aquí el vicepresidente vota en contra del proyecto del gobierno del que forma parte, y entonces uno se consuela pensando en que en el fondo el saber, lo que se llama saber verdadero, es objeto de una atribución teleológica o elemento de una construcción o disputa.
No querría, sin embargo, pasar al tema central de la nota sin matizar en algo el aire levemente chambón del párrafo precedente. La ignorancia no es excusa, y escribir acerca de lo que no se sabe podría considerarse también un estímulo para que en el proceso de la escritura –que puede asociarse tranquilamente con una forma secular de la ascesis mística– nos proveyéramos de los elementos necesarios para nuestro aprendizaje. Aún más: hasta puede postularse que, en tanto para escribir necesitamos leer o haber leído, la escritura es un proceso de lectura en acto, un movimiento de selección de los asuntos de nuestro conocimiento.
Dicho esto, entremos a la cosa en sí. Desde que tengo uso de memoria, casi mi únicos intereses en la vida han sido la indagación acerca de las condiciones necesarias para abordar la maraña del amor, la fornicación entendida como práctica social y deportiva, y la creación de obras maestras literarias lo suficientemente sólidas y extrañas como para transformarme a mí mismo durante el acto de su escritura y como para cautivar al lector sutil que habita en este planeta. Sin embargo, la paternidad me volvió más sensible al destino de la especie humana. Ser padre, me imagino, es apostar a la duración el tiempo suficiente como para poder surtir a la descendencia de los elementos necesarios para que puedan hacer su propio camino. Y después, con suerte, saludo y adiós. En ese sentido, me alarmó un tanto leer las declaraciones del astrofísico Stephen Hawking, quien en su paso –o rodaje– por Galicia advirtió que “el futuro de la raza humana deberá transcurrir en el espacio si no queremos extinguirnos”.
Hay una larga tradición de ciegos, monstruos, deformes y desdichados que a lo largo de la historia han encarnado la figura de la precognición de los acontecimientos del futuro. No es extraño que en la modernidad, quien la represente más cabalmente no sea un nuevo Nostradamus sino un hombre condenado a la silla de ruedas y al silencio, y que sólo puede dictar una o dos palabras por minuto moviendo los ojos y señalando letras en un ordenador. Lo extremo de su situación permite que sus afirmaciones funcionen como una verdad que emplea su cuerpo como un subrayado. Hawking dice que la ciencia deja poco lugar a Dios y a los milagros, y advierte que en los próximos años nuestra especie descubrirá cómo aumentar artificialmente la inteligencia, eliminar la agresividad, transformar los instintos. Ese sueño de la neuroquímica hecho realidad dividirá a los humanos en dos razas, la que se sometió al autodiseño y aquella que no ha alcanzado esa posibilidad.
No es extraño que la Iglesia haya abominado de Galileo; institución profética ella misma, avizoraba el momento en que el hombre se transformará a sí mismo hasta convertirse –como ya lo es, de hecho– en objeto de su única consideración. Desplazado Dios del panorama, nos convertimos en nuestra propia imagen y semejanza.

*Periodista y escritor.