“Nuestro problema no es económico, es político. Tenemos que ir a un acuerdo más grande, que incluya al peronismo, porque en las crisis la salida te la da la política”. Emilio Monzó fue jefe de la campaña presidencial 2015 y viene pregonando, hacia los cuatro vientos, una apertura de Cambiemos. Eso le valió peleas internas y quedar al margen de la mesa de decisiones.
La frase, que pronunciaba a comienzos de 2017, tiene una actualidad inconmensurable: él, junto a Larreta, Vidal, su amigo Frigerio y hasta (su también amigo) Nicolás Caputo, el “hermano de la vida” del Presidente, son los que vienen pujando por cambios que desarmen la centralidad absoluta que Macri le entregó a Marcos Peña, y les den fuerza a los ministros. Centralidad que tuvo una premisa: desdeñar a la “vieja política”, es decir, al PJ.
Ese apotegma, que permitió ganar dos elecciones con Peña como pieza clave, hoy es parte fundamental del problema: la credibilidad en caída libre y la falta de un horizonte de gobernabilidad, utilizado por el kirchnerismo ávido de helicópteros. Ojo, es el mismo PJ indispensable para un Presupuesto con ajuste. “Mauricio asumió y le dio las llaves de la presidencia a Marcos”, analizaban en la mesa política.
Esas llaves hoy están desgastadas pero el jefe de Estado no quiere cambiarlas. Cree que si entrega a Peña irán por él. En rigor, el salto del dólar, cuando intentó dar calma, y las feroces críticas internas a su jefe de Gabinete suponen que ya fueron por él, solo que pocos se animan a decirlo. Cambiar de verdad o maquillar el gabinete son las opciones que tiene cuando le queda poco más de un año de mandato. Está en juego el futuro del país y no el de su reelección.