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Las madres salvajes

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La deuda (casi) infinita que parece atarnos a lo materno, escribe Anne Dufourmantelle, excede el espacio de la madre. Ella también está atravesada por “lo salvaje”, explica la psicoanalista francesa, para quien ese salvajismo materno no es más que aquello que la ubica en una cultura y una memoria más antigua que la atraviesa.

Heredera de un lenguaje y un anclaje sociocultural, toda madre da acceso a su hijo al mundo, es una puerta de entrada, un hueco vacío. Pero apenas el hijo llega, algo se corta y esa descendencia es abandonada por ella. “La madre no tiene ningún poder sobre él, ni conocimiento, ni recuerdo”, escribe Dufourmantelle.

El salvajismo materno compila casos de análisis que la autora enmarca con dos textos introductorios que ponen los ejemplos en serie con lo materno. Allí expone que el salvajismo designa un espacio psíquico en que todavía no hay subjetividad. Apenas expulsado del paraíso uterino, el hijo queda solo en ese agujero que precede el orden de la lengua y la incorporación del mundo. Un espacio prehistórico (no temporal) al que solo es posible acercarse por defecto, en contornos, quejas y efectos. Un espacio que precede al edipo y en el que se configura la matriz de todos los vínculos humanos que el niño/a vaya a entablar después.

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Un cuerpo naciente es cortado del cuerpo que lo porta hasta ese instante y el niño pasa de estar “en” a estar “con” la madre. Ese momento es puro salvajismo y caos; y solo se civilizará en la diferenciación, es decir, cuando el niño se haga un otro de la madre.

Sin repetir los estudios pulsionales que antes trabajó Melanie Klein o los  estilos vinculares de la primera infancia que, más cercanos a nosotros, indagaron Kristeva o Montrelay al articular lo femenino con lo materno, en esta publicación de Nocturna Editora encontramos, sobre todo, un análisis de los efectos de lo materno sobre el psiquismo humano, es decir: aquello que nos condena, nos complica, nos hace esquivo y dificultoso todo vínculo mientras no hayamos trabajado sus efectos. “Nadie adviene como sujeto si no es convocado. La palabra pertenece a esos lazos y a ese despliegue de la promesa que lo liga a Otro en la medida en que nos es dirigida”.