Carlos Menem, aunque absuelto, traficó armas a Ecuador, que luchó contra Perú, viejo aliado argentino en la causa Malvinas. Argentina es, como recuerda el Diario limeño El Comercio (en una nota titulada simbólicamente “Carlos Menem y la historia de una traición al Perú”, en referencia a la guerra del Cenepa) garante del Protocolo de Río de Janeiro de 1942 que delimitó la frontera entre ambos países. Esa afrenta aún nos pesa, por los grandes lazos de hermandad que tiene la Argentina con el digno pueblo peruano, a la asunción de cuyo presidente acaba de asistir el presidente argentino Alberto Fernández, y en cuya emancipación histórica han participado otros próceres argentinos, como el presidente conservador Roque Sáenz Peña (quien fue soldado por el lado peruano en una perdidosa guerra con Chile, donde fue tomado prisionero, en la batalla de Arica), padre de nuestra moderna democracia. La ley que introdujo entre nosotros el sufragio universal lleva su nombre. Ese hombre luchó codo a codo con Perú.
Todos estos datos son parte de nuestra historia más cruda. La fuerza aérea peruana colaboró, honrando esa hermandad histórica, con nuestra fuerza aérea en la guerra de Malvinas. No es materia de debate. Es un hecho de coraje y compromiso. No todos los países honraron ese compromiso. La historia no se escribe detrás de un escritorio. Nuestros próceres, Moreno, Castelli, Belgrano, San Martín, Monteagudo (asesinado en Perú) dieron la vida y sus recursos materiales, físicos y morales, por la construcción de esto que llamamos Patria, que llamamos, con orgullo, “soberanía política”. No son significantes vacíos. Son una construcción concreta y dura. En la batalla de Vuelta de Obligado, Lucio Norberto Mansilla puso cadenas debajo del agua para evitar el avance anglofrancés. No son datos de color. Lucharon hasta sin armas. Y, ¿por qué lo hicieron? Por una idea. La independencia se construye cada día. No es un aniversario escolar ni una fecha perdida en un calendario. La celebramos porque aún la estamos construyendo. Y porque necesitamos construirla.
El Comité de descolonización de la ONU ha instado a Gran Bretaña a sentarse a dialogar con la Argentina. En las Malvinas existe una población implantada que vive a más de catorce mil kilómetros del “sur de Escocia”, pero está a muy pocos kilómetros de la costa argentina.
Todos los que defendemos el concepto de soberanía política (cuestionado por historiadores destacados como Marcela Ternavasio quien sostuvo que directamente no deberia celebrarse “el día de la soberanía” y que San Martin, que le envió su sable a Rosas, “no representa ningún aval historiográfico”; también por ensayistas como Sarlo, Katz, Rosler, Sebreli, o Gargarella, todos los cuales han impugnado siempre la causa Malvinas) entendemos que la historia que está detrás nuestro nos compromete. Que no podemos hacernos los distraídos. La memoria es el lazo afectivo con ese pasado que es parte de nuestra identidad.
Quienes impugnan la valía de esta causa es porque parten de una versión eurocéntrica de los conceptos de Estado y Soberanía. Hablan de “progreso”, de “primer mundo”, pero no piensan que el progreso de algunos es la subordinación colonial de otros, como bien planteaba la teoría de la dependencia en Brasil, de la que fue cultor Fernando Henrique Cardoso, antecesor de Lula. Ningún país central resigna un milímetro de su soberanía. Argentina tampoco debería ceder. Al contrario. Debería recuperar la soberanía material sobre sus islas Malvinas. Las Malvinas son territorio argentino. Desmalvinizar no es favorecer el diálogo ni la paz con Gran Bretaña, que persiste en su actitud bélica por algo. Es renunciar a defender nuestra historia, es claudicar y no honrar la memoria de los que eligieron dar su vida por su país. Cada argentino muerto en Malvinas es un héroe. De la renuncia a una causa justa no emergerá nunca nada noble. Tampoco la paz.
*Director nacional de la Escuela del Cuerpo de Abogados del Estado, Procuración del Tesoro de la Nación.
Producción: Silvina Márquez.