Estos días los cines están repletos de mujeres que hacen sufrir a los hombres, como en el tango: mientras Gwyneth Paltrow enloquece a Joaquin Phoenix (en la última actuación del actor, que ahora se dedicará a la música) por las calles de Nueva York, Zooey Deschanel hace lo propio con el pobre de Joseph Gordon Levitt en la ciudad de Los Angeles. Las películas: Los amantes y 500 días con ella, dos historias de desamor que le aportan un poco de atractivo a una cartelera porteña pálida de novedades.
La historia de Los amantes podría resumirse así: muchacho de familia judía neoyorquina con problemas psicológicos es abandonado por su futura esposa e intenta suicidarse. Cuando se recupera, vuelve a la casa de sus padres, que son dueños de una tintorería en Brooklyn, y buscan (por un lado) vender el negocio y (por el otro) prolongar la tradición familiar, tratando de que su hijo (Phoenix) se case con la hija del futuro comprador (la preciosa Vinessa Show). Pero en el medio aparecerá una vecina algo perturbada (Paltrow) que lo hará ilusionarse una vez más y sufrir como un condenado. Todo muy gris, muy azul, muy triste y muy nocturno. Una película que tiene en las actuaciones su punto más alto pero, al mismo tiempo, peligrosamente engañosa: antes de que aparezcan los créditos finales, entendemos que lo que creíamos una oda al amor loco y al inconformismo es en verdad un alegato puritano en contra de la infidelidad y a favor de la familia y el statu quo.
Mucho más honesta, menos convencional y más divertida es 500 días con ella, especialmente porque no se toma todo tan en serio. Está bien, la fórmula es más vieja que la naftalina: chico común con empleo común en una oficina común conoce chica no tan común que no cree en el amor y no quiere relación seria en esa misma oficina y, por supuesto, el chico común pierde la cabeza por aquella chica no tan común. Todo es un poco demasiado cool (los personajes son perdedores, aunque con onda), pero los actores, ciertas escenas (la secuencia de compras en Ikea) y la impecable banda de sonido (suenan The Smiths, Pixies, Carla Bruni) captan a la perfección un estado de situación y ánimo generacional, el de la imposibilidad de las relaciones duraderas entre los jóvenes y la pérdida de fe en el amor.
Una de las virtudes de la película de Marc Webb (cuya dedicatoria, en los títulos de apertura, le da el tono a lo que seguirá, y aclara que lo que se viene no es precisamente una historia de amor) es la elección en cuanto a la estructura narrativa: asistimos a los 500 días que duró la relación sentimental entre los personajes pero de una manera aleatoria, como si alguien apretara el botón de random en el reproductor. Tal vez pueda decirse que ésta es la primera película filmada claramente bajo el influjo de los blogs: cada escena es como un post, que puede durar algunos minutos o sólo segundos, desarrollar una situación dramática o dar paso a un gag. Queda dicho: dos películas especiales para espíritus masoquistas, o para ver con el corazón roto. Sobre todo, cuidado: dos historias no aptas para parejas sanas, estables y felices.