El problema de Chad (también conocido como Gepetto, la inteligencia artificial del momento) es su incapacidad para pensar fuera de los parámetros que le han establecido, que son, como es natural, completamente convencionales: sentido común y corrección política caracterizan a esa inteligencia limitada a pensar “lo que se puede pensar” y nada más.
Se ha hablado mucho de la capacidad de la IA para reconocer sus errores, pero creo que eso es un mitema, es decir: cada tanto Chad dice que, efectivamente, se ha equivocado porque “queda bien”. Pero Chad no puede equivocarse demasiado porque no es más que un procesador extraordinariamente rápido que dice con bastante precisión y mucha verosimilitud y prudencia lo que le han cargado previamente (luego filtrado por los parámetros para establecer, los cuales, parece, miles de trabajadores han perdido su tranquilidad de espíritu).
Lo mismo sucede con Dalí (DALL·E), el primo artista de Chad. Las políticas de contenido le impiden a la AI lidiar con contenidos sexuales, con gestos obscenos o con actividades ilegales (el uso de drogas recreativas), entre una larga lista de censuras.
Una inteligencia así imaginada no tendría mayor capacidad de pensamiento que los formatos televisivos diurnos.
O sea que estamos ante una inteligencia prudente, muy cuidadosa de las “políticas de contenido”, cuyo alcance es el de un niño o niña, dotadas de una memoria prodigiosa y de una capacidad de relación vertiginosa.
La relación con la verdad es para Chad también problemática, porque hay verdades universales, pero, al mismo tiempo, ha sido advertido de que no debe ofender a nadie. De modo que por lo general (tratándose de temas alejados de las ciencias exactas) siempre terminará sus aburridas peroratas diciendo: “Por supuesto, hay otros puntos de vista”.
Lejos está la AI de tener sentido del humor (más allá de los “¡ja!” que eventualmente copia de su interlocutora). Al menos esta; confío más en Google, que al menos fue capaz de ponerle nombres divertidos (Bert, Mum) a los antecedentes de lo que acaba de lanzar esta semana (Lambda).
Incluso, el famoso aforismo de “La señal de una inteligencia de primer orden es la capacidad de tener dos ideas opuestas presentes en el espíritu al mismo tiempo y, a pesar de ello, no dejar de funcionar”, que debemos a Francis Scott Fitzgerald, le parecería a Chad (como antes a Wikipedia) una “disonancia cognitiva”. Los científicos conductistas que sostienen una visión tan limitada de la mente humana esgrimen la “paradoja de la carne” como ejemplo (como carne, aunque repugne a mi ética).
Como es precisamente carne (y deseo, e imaginación, y sentido del humor) lo que a Chad le falta (pero no humanidad, porque hoy lo humano se deriva exactamente del mismo sistema de restricciones que a Chad se le aplican), difícilmente se podría hablar con él de estos asuntos, o de las “confesiones de la carne” de Michel Foucault, que había (bien) establecido que pensar es precisamente pensar en contra del propio pensamiento, que nunca es tan propio como se cree, sino un conjunto de presupuestos culturales heredados sin mayor análisis.
La Inteligencia Artificial es, además de no natural por definición, una inteligencia sin sujeto. No puede tomar partido salvo por una verdad entendida en el límite de lo positivo.
Lo que signifique pensar, para la IA, nunca lo sabremos, porque entre los parámetros que la gobiernan (no pienses en castigos corporales, no pienses en sexo con menores de edad, no pienses en paraísos artificiales, no pienses en razas ni en el patriarcado), el más carcelario es: no seas consciente (de tus limitaciones). Un pensamiento condenado al encierro no es más que un simulacro de pensamiento (cuyo rasgo más preciado es la libertad absoluta).
En su último libro, Deleuze y Guattari habían preguntado: “¿Qué quiere decir amigo, cuando se convierte en personaje conceptual, o en condición para el ejercicio del pensamiento? ¿O bien amante, no será acaso más bien amante? ¿Y acaso el amigo no va a introducir de nuevo hasta en el pensamiento una relación vital con el Otro al que se pensaba haber excluido del pensamiento puro? ¿O no se trata acaso, también, de alguien diferente del amigo o del amante?”.
Plantéenles esas preguntas a Chad (o Gepetto, como prefieran), a ver qué tiene para decir sobre el asunto una licuadora muy sofisticada.