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Las plumas de la pobreza

Entre las muertes por desnutrición con más y menos prensa, la repentina fobia anti Niembro y las “no elecciones” provinciales.

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Llego a la productora y me espera Carla, mi asistente de imagen, sentada en el sillón del salón principal, con una amplia sonrisa.
—No, de ninguna manera –le digo, antes de que me diga algo.
—Hola, ¿no? –dice Carla–. Digo, al menos podrías saludar.
—Soy un periodista serio y ya te dije que no –insisto–. Y no vengas ahora a hacerte la buena, que ya sé cómo sos cuando me querés convencer de algo.
—Te lo digo por tu bien –Carla vuelve a la carga con su mejor sonrisa, comprensiva, casi cariñosa–. Dale, vas a ver que te va a servir. La gente no va a parar de hablar de eso.
­­—Ya te dije que no –comienzo a elevar más el tono de voz–. La pobreza es una cosa muy seria y yo soy un periodista serio.
Entra Moira con una enorme estructura de plumas, tipo vedette, lista para poner en la cabeza, y un conchero, todo con muchos brillos.
—Acá les traje el…
—¡Vos estás loca! –interrumpo–. ¿Te pensás que me voy a poner esto? Ni plumas ni conchero para mí. Yo soy un periodista serio y tengo que escribir mi columna para PERFIL, así que si me permiten….
—No es un conchero –aclara Moira–. Lo adaptamos especialmente para vos. Es un bolero.
—¿Por qué no te lo probás, antes de andar prejuzgando? –pregunta Carla.
—¡Porque ya sé cómo es! –me quejo–. ¿Te pensás que no sé que va a ser ridículo que me lo ponga?
—Tiene razón –dice Matías, mi personal trainer, que entra trotando vestido con una calza roja brillante que le marca tanto las piernas como el bulto–. No le va a quedar bien porque mirá la panza que tiene. ¡Dale, vamos a hacer ejercicio! –me ordena.
—Gracias, Mati, todo bien –le contesto–. Pero tengo que escribir mi columna política. Y además no me quiero poner todo esto.
—Vas a ver cuando te pongas en forma cómo vas a querer usar todo…
—No es cuestión de estar o no en forma –le digo–. El problema es que no quiero… no sé, no soy como vos.
—Y, no, el bolero no te va a quedar tan bien como a mí –admite–. Por más ejercicio que hagas, nunca vas a tener este bulto. ¿Creés que al bombonazo de Axel le gustará?
—No tengo idea… no está en mis planes hablar con el ministro de Economía –contesto–. Al menos no por ahora.
—Dale, ponete las plumas, el bolero y hablale de economía a Kici –dice Carla.
—¡¡¡Síiii!!! –responden a coro Matías y Moira.
—¡Que se los ponga! ¡Que se los ponga! –cantan a dúo los tres.
—Ni loco –les digo–. Soy un periodista serio. Además, ¿ustedes se creen que el cruce entre Kicillof y mi mujer fue lo único que pasó en la política argentina en estos días?
—Al menos presentame a Axel –insiste Matías.
—¡Basta! –grito–. ¿Se creen que no pasa otra cosa en el país que Kicillof y las plumas?
—También está la pobreza –dice Moira.
—Y Niembro –digo–. Debería hablar de Niembro.
—A mí eso, tanto odio a Niembro, ahora, de repente, me pone mal, me parece una falta de respeto –dice Carla, enojada.
—¿Por qué? –pregunto, sorprendido–. ¿Creés que el tipo es inocente? ¿Qué ésta es una operación del Gobierno?
—No, me parece una falta de respeto a quienes odiamos a Niembro desde siempre –responde Carla.
—Puedo decir que es el Boudou del PRO, ¿qué te parece? –pregunto, entusiasmado.
—Una boludez –me dice Carla–. Al menos Boudou no prefería al Inter de Mourinho antes que el Barça de Guardiola, ni a Dunga antes que a Zidane.
—Ahora el PRO la tiene complicada –opino–. Pensá que la lista de diputados la encabeza Silvia Lospennato, que no la conoce nadie. Tal vez hasta lo perdonan a Niembro para que vuelva.
—Puede ser –admite Carla–. Porque eso sería un indulto. Y Niembro es un especialista en anunciar indultos.
—Deberías hablar de Tucumán –me dice Moira.
—No, de ninguna manera –contesto–. Yo escribo una columna sobre las elecciones. Y lo de Tucumán no es una elección, sino una “no elección”.
—No prejuzgues –me dice Carla–. Son culturas democráticas distintas. Acá en Palermo Hollywood el negocio es currar con los números. En cambio en Tucumán, el negocio es poner una remisería para currar con el traslado de votantes.
—Eso en Tucumán –dice Matías, que está tirado en el piso y acaba de hacer 150 abdominales–. Pero leí que la Justicia del Chaco dijo que ellos no son Tucumán y que allí no iba a haber problemas con las elecciones.
—Por supuesto, Chaco es casi un cantón suizo –digo–. La única diferencia es que en Suiza no hay qom desnutridos.
—Vos porque te comiste el discurso de la corpo –me desafía Carla–. No son desnutridos: son qom a los que Magnetto les paga para que hagan huelga de hambre.
—¿O sea que ahora van a tener Nextel? –pregunto.
—Seguramente –me dice–. Son las ventajas de todo fin de ciclo.
—¿Ventajas para los pueblos originarios? –pregunto.
—Sí, para los pueblos originarios de las calles Piedras y Tacuarí.
—¿Por qué será que un niño qom muerto y desnutrido en El Impenetrable tiene menos difusión que un niño sirio muerto en el Mediterráneo? –pregunto.
—Y, debe ser la proyección internacional –dice Matías, que ahora está elongando.
—La vista al mar siempre es más atractiva –agrega Moira.
—Además, el niño qom es una agenda muy Lanata –opina Carla–. En cambio el niño Sirio es más una agenda Liniers.
—¿Vos decís que uno es más de Twitter y el otro más de Facebook? –pregunto.
—Ponele –responde Carla–. Porque está claro que acá de lo que estamos hablando es del nivel de indignación en las redes sociales. ¿O hay otra cosa que importe, hoy, en el periodismo?
—Pará, que yo tengo que escribir mi columna. Y me gustaría hablar de los índices de pobreza.
—¡No hay más índices de pobreza! –se enoja Carla.
—Claro, porque el Gobierno tomó la decisión política de vaciar el Indec…
—No fue una decisión política, no te confundas –me aclara Carla–. Acordate, ¿cuándo fue el último censo nacional?
—Cómo olvidarlo: el 27 de octubre de 2010.
—¿Y qué pasó ese día?
—Se murió Néstor Kirchner.
—Bueno, ahí tenés –dice Carla–: el Gobierno no quiere saber nada con el Indec porque cree que es mufa.
—O sea que por eso no podemos hablar de pobreza…
—Sí que podemos –contesta Carla–. Pero hay que ponerse las plumas.
—¡Sí, las plumas! –dicen Moira y Matías, a coro.
—Bueno, está bien, pero sólo un ratito eh –accedo–. Todo sea por hablar, por una vez, en serio sobre la pobreza.