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Lecturas veraniegas

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Envidio a España por el simple hecho de estar en verano. No entiendo como todos nuestros diarios reaccionarios (es decir, todos nuestros diarios) se ensañan tanto con Venezuela: un país cuyo clima siempre es cálido no puede ser tan malo. De hecho, cualquier lugar que ahora esté en verano es mejor que estar en Argentina, país sin la menor previsibilidad: yo ya había sacado un crédito en un banco de capitales chinos para poder pagar la cuenta del gas, pero ahora resulta que no hay que pagarla. ¿Y qué hago con el crédito? ¿Lo invierto en bufandas? ¿Me llevo la guita a Panamá? ¿Sigo el consejo de Prat-Gay y me lo quemo pidiendo pizzas por delivery? Así no se puede vivir. La incerteza mata.

Volviendo a España y a su verano, reparé en la edición del 6 de julio de Babelia, en la que hay una doble página dedicada a responder la pregunta “¿Qué leen por placer los que siempre leen por trabajo?”, donde se interroga a dieciséis editores españoles sobre sus lecturas veraniegas. Es una pena que no le hayan preguntado a una gran parte de ellos sobre sus lecturas durante el resto del año: viendo lo que publican daría la impresión de que directamente no leen. ¡Si leyesen no publicarían lo que publican! (Es una pena también que no se haya incluido a sus colegas de allende el Atlántico, cuya situación es casi similar.) No obstante, hay algunos casos en que las respuestas valen la pena, tal vez porque, tácitamente, ponen en cuestión el sentido mismo de la pregunta: no hay lecturas veraniegas. O también: leen siempre por placer, tanto durante el año laboral como en el receso estival. No asombra que Valeria Bergalli, editora de Minúscula, piense en leer a Gombrowicz. El catálogo de su editorial es de lo más interesante que se publica hoy día, y su buen gusto es evidente. Creo recordar –este “creo recordar” no es una fórmula retórica, realmente no lo recuerdo con exactitud: soy periodista, por lo tanto escribo sin chequear la información– que un  ensayista y editor español insinuó alguna vez un comentario negativo sobre Minúscula. Se equivoca de pe a pa: una editorial que publicó La lengua del Tercer Reich, de Victor Klemperer, no puede sino ser excelente.

Excelente también –y casi diría mi favorita en la edición peninsular– es la zona dedicada a literatura alemana –y de Europa oriental en general– de la editorial Errata Naturae, sobre la que me he detenido en este espacio en más de una ocasión. Pues en la nota de Babelia, Irene Antón, editora de dicha casa, señala que quiere leer ya “un tomazo” como La república de Weimar. Una democracia inacabada, de Horst Möller, y agrega: “Esa época de la historia y de la cultura me fascina, y hay un buen número de libros de Errata Naturae conectados con ella”. Este es otro caso claro de no divorcio entre lecturas privadas y veraniegas y lecturas laborales del momento frío del año. ¿Qué consecuencias deberíamos extraer de esa respuesta? ¿Que Antón es una workalcoholic? Tal vez, no lo sé. En cambio sí sé que cuando una editora tiene un mundo propio en la cabeza y lee con rigor intelectual y pasión literaria, su catálogo suele ser notable. Antón lee. No importa si en verano o en invierno. Lee con una mirada personalísima. Y logra compartir con los demás sus placeres privados. Quizás ésta sea la definición de un buen editor.

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