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Libros a releer

Es evidente que lo leí en el bar. Pero ahora estaba en una pila, con los libros colocados de lomo.

Eran increíbles las conversaciones que se escuchaban en el Iberia, el bar en Avenida de Mayo donde yo solía hacer noche. ¡Cómo lo extraño! Me acuerdo que una vez, yendo hacia el baño, al pasar al lado de una mesa integrada por dos muchachos y una chica, escuché perfectamente este diálogo: “¿Viste que ahora los reseñistas se dedican también a criticar las contratapas de los libros? Hace poco leí a uno que no entendió ni la novela ni la contratapa… ¡Hizo strike!”. Cuando salí del baño me apresuré a pasar nuevamente por delante de esa mesa, pero los jóvenes ya se habían marchado. Las buenas conversaciones duran lo que un suspiro. ¿A cuenta de qué venía esto? Supongo que a nada. Pero me quedan aún 2.600 caracteres con espacios y, precisamente, me gano la vida llenando de letras y palabras esos espacios; pues tengo que seguir escribiendo hasta el final de la página, con el mismo nivel intelectual y rigor teórico que de costumbre. Volviendo al Iberia (¿pero, acaso había cambiado de tema?) en verdad no es que lo extraño (no soy alguien especialmente nostálgico) sino que, en mi biblioteca portátil, de casualidad encontré un libro que adentro tenía una servilleta de papel del difunto café. Se trata de El sentido del cine, de Sergei Eisenstein, en una vieja edición de 1955 de las Ediciones La reja, traducido no del ruso sino de la versión en inglés. Es evidente que lo leí en el bar. Pero ahora estaba en una pila, con los libros colocados de lomo, en los que había muchos que había leído años atrás. Libros que no abría hacía décadas. Mirando, de repente me dieron ganas de releer a Luis Saslavsky, muy conocido como director de cine, pero mucho menos reconocido como escritor, pese a haber escrito buenos libros, como los cuentos de Camino para tres fantasmas (Losada, 1968, en cuya contratapa Arturo Jacinto Álvarez lo compara con Aldous Huxley), la novela El desenmascarado (Emecé, 1983, con uno de los peores diseños de tapa que recuerde), y Psicoanálisis de una prostituta (Falbo, 1966), aunque, para ser sincero, Psicoanálisis… es bastante fallido, muy lejos del interés que me despertaron los otros libros. Y que me despierta sobre todo La fábrica lloraba de noche. Recuerdos de Hollywood (Celtia, 1983, en la que no se priva de incluir en la contratapa un Blurb favorable tomado de una nota publicada originalmente en el diario Convicción…). La fábrica es un libro encantador, liviano, elegante, e incluso por momentos cursi, lo que lo vuelve aún más encantador. De hecho, por debajo de encuentros (con Maurice Chevalier, Jack Warner, etc.) y recuerdos (de aquí y de allá: la paginita del final en la que cuenta cómo fue proscripto por Perón, es perfecta), ya desde el título incluye una mirada oscura sobre la fábrica de sueños de Hollywood, a la que describe más de una vez como una “cárcel”. David Viñas, en De Sarmiento a Dios. Viajeros argentinos a USA (Sudamericana, 1998), le dedica un capítulo con ese tono levemente insoportable que había adquirido su prosa en su madurez final, y pese a sus intentos (los de Viñas) por destruir el libro de Saslavsky, por reducirlo solo a ser un viajante a USA enviado por “Jorge Mitre y el diario La Nación”, no solo no lo logra, sino que muerde el polvo y termina reconociendo “la eficacia” del texto que se proponía derruir. En fin, cumplí con los caracteres, pues por hoy nada más.