COLUMNISTAS
El otro

Límites de la grieta

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Socrates. Hace 25 siglos propuso construir una mejor civilización dialogando. | Cedoc Perfil
Lo que más divide hoy a los argentinos es si el futuro del país estará mejor en manos o bien lejos de Cristina Kirchner, las políticas económicas de Macri y si la ex mandataria debe ir presa o es una perseguida política. Pero hay muchas divisiones y fragmentaciones más que se manifiestan en acalorados debates. Y esto es posible porque vivimos en democracia. El problema es que ese intercambio de ideas tiene un límite en esa grieta: el de no escuchar ni tener en cuenta y así excluir al otro.  ¿Por qué nos cuesta tanto escuchar y respetar sin juzgar a los que piensan distinto? ¿Por qué muchas veces tenemos límites para tolerar al otro? ¿Cómo hacemos para tener una civilización que nos incluya a todos si sólo escuchamos “a los nuestros”?

Cuando uno piensa en soluciones, en si queremos un país unido, tal vez debamos construir desde la diversidad, que es histórica, desde la educación en todos sus niveles dando a conocer nuestra historia en su integridad y una cultura política que muestre que las instituciones, como decía Hegel, han de ser los órganos que encaucen y satisfagan las exigencias de todo el cuerpo comunitario. La doctora en Filosofía Dina Picotti sostiene que lo que nos falta es reconocer que todos somos sujetos históricos y políticos, protagonistas del nosotros. Y que vivir “agrietados” es un problema mundial, no sólo argentino. Pero Hegel también señalaba, después de hacer un planteo eurocéntrico de la historia universal, que cuando América Latina supiese decir su propia palabra se cumpliría el fin (en el sentido de acabamiento) de la historia porque aquí conviven todas las identidades posibles, y debería surgir el fruto de todas.

 “Hace falta también una ética de lo político, en el buen funcionamiento de esas instituciones, sin dominios ni manipulaciones. Creo que en nuestros países latinoamericanos, desde su organización política, se siguió excluyendo, en lugar de construir desde todos, a quienes ni siquiera se conoce a veces”, reflexiona Picotti. Por ejemplo, en la mayoría de las escuelas la diversidad de lenguas y concepciones del mundo propios de las culturas de donde provienen muchos chicos no son conocidos ni desean conocerse. Los chicos deben imitar un modelo eurocéntrico en todos los aspectos.

Picotti resalta que en el ámbito pensante habría que lograr un planteo intercultural que construya la inteligibilidad y la racionalidad atravesando las diferencias. En nuestras culturas originarias el diálogo no sólo es la forma de comunicarse. Es además  indispensable para tomar decisiones en la comunidad. Nos enseñan que hasta que no están de acuerdo las reuniones no terminan. Cada uno es atentamente escuchado y utilizan el tiempo necesario. Tienen una concepción bien diferente de la convivencia. En lugar de competencia plantean la reciprocidad y la complementación.

Allá por el 400 a.C., Sócrates pensaba en construir una mejor civilización dialogando, intercambiando ideas. Más allá de que paradójicamente por sus ideas murió, esa forma de vida de interactuar con el otro, de escuchar y de cuestionar todo, fue uno de los cimientos en la historia del pensamiento. Sócrates no escribía, quienes lo escucharon dieron cuenta de sus ideas y de su obra. Quizás, salvando los contextos históricos, podamos tomar del filósofo griego la propuesta de diálogo para mejorar la calidad de vida de la polis.  Quizás nuestras instituciones educativas deberían fortalecer el diálogo incluyendo la multiplicidad de identidades culturales, políticas y sociales por encima de las diferencias, que siempre estarán. Quizás la visualización, el reconocimiento del otro y el diálogo entre esas múltiples identidades que habitan nuestro suelo sean una oportunidad para comprender y construir desde la diversidad. Y, así, dejar de excluir a los que no conocemos porque no podemos escuchar.

*Periodista. Coautora de La cara injusta de la justicia.