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pudores

Literatura comprometida

En abril escribí sobre los compromisos entre autores y agentes literarios y alguien se sorprendió porque otro alguien, considerado entre los ochenta y cuatro mejores escritores por ahora vivos de la lengua española, incurriese en la sospecha, la infidencia y la delación, temas más pertinentes a la usina de denuncias contra la corrupción kirchnerista que a la literatura.

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En abril escribí sobre los compromisos entre autores y agentes literarios y alguien se sorprendió porque otro alguien, considerado entre los ochenta y cuatro mejores escritores por ahora vivos de la lengua española, incurriese en la sospecha, la infidencia y la delación, temas más pertinentes a la usina de denuncias contra la corrupción kirchnerista que a la literatura. Incurro pues: hace un tiempo, una investigación de Xavi Ayén publicada en La Vanguardia verificó que en España, donde se juegan más de ocho millones de euros en premios literarios, el 82 por ciento de los ganadores fueron representados por un agente. Ya no hay criterios de pudor: el año pasado el mayor premio de una prestigiosa editorial catalana fue concedido a un argentino –cosa común en España–, que ya había publicado tres obras en el mismo sello y que hasta ese mismo año había oficiado como editor o director de colección de la empresa. Semanas después, la filial española de la mayor editorial del mundo, copatrocinante de un certamen de Andalucía, premió a otro argentino, y lo informó a la prensa en la misma cadena de e-mails en la que constaban sus negociaciones previas para editar el libro y las promesas de publicitarlo con un premio significativo. Es larga la historia de los libros contratados que meses después resultan premiados por la misma editorial en su propio concurso convocado con reservas de anonimato. En el 2003, una conferencia de prensa del editor más prestigioso de la península, anunció que el premio que lleva su apellido correspondió al seudónimo “Vocoder” como ignorando que, cuatro meses antes, y escudado tras el seudónimo “Fogwill”, un autor periférico había anunciado públicamente y ante un familiar del consagrado, que la aparición del esperado libro de su pariente se demoraría hasta el fallo del jurado contratado para lanzarlo con un premio, pese a que el primer capítulo de la obra “anónima” hacía un año que estaba publicado en Internet. Se sabe que no hay mejor camouflage para la vileza y el fraude que una pantalla progre o de izquierda y, mejor aún, de víctima y revolucionario. Así fue el rol de un antiguo luchador anarquista, historiador, perseguido de la triple A, y columnista de Página/12, que posó como jurado limpio en el premio de Planeta Argentina 2006. Los del público lo oímos defender un libro que, evidentemente, no había leído, confundiendo la historia de un príncipe azteca con un... ¡testimonio del exilio argentino en México! Ahora, pasados cuatro años lo encontramos en la lista alfabética de gerenciados por el superagente Schavelzon, donde el redactor del aborto azteca figura en séptimo lugar, y el prócer revolucionario patagónico en el décimo cuarto.