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Lluvia de domingo

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| Cedoc

¿A quién querés más, a tu papá o a tu mamá? Es increíble pero esta pregunta se la escuché hacer una vez a un animador infantil. También en una reunión, hace muchos años, un hombre separado se jactaba de que sus hijos preferían estar con él antes que con su madre. Veía un triunfo en eso. A mí me parecía algo tristísimo. 

Ayer llovió profusamente para este septiembre que cambia de piel junto con las esporas y el polen de las flores y los árboles hasta que muta a un octubre inestable, con ciertos anuncios del verano, pequeños trailers de lo que se viene. La lluvia, que tiene reminiscencias atávicas, cuando es suave y confortable se vuelve hermosa; cuando es intensa y con rayos y centellas se vuelve amenazadora. Ayer llovió con todo y mis hijos estaban conmigo, lo cual me dio satisfacción porque cuando llueve y no están conmigo me siento preocupado, no porque en su otra casa puedan estar peor, si no porque uno, desde que es padre, lleva una llama de alerta como un calefón para todos lados. 

En Traducción de la ruta, el último libro de Laura Wittner, hay un poema que refleja perfecto esta sensación. El poema se llama Por qué no tiene que llover los domingos a la noche. Dice así: “Truena y mis hijos están en su otra casa./Primero unos truenos lejos,/después uno más cerca,/ un trueno finalmente atronador/ que retumba en cada cuarto vacío/ y en este único cuarto iluminado donde trabajo a medianoche./ Truena y no tengo a quién calmar/ lo que por un segundo se parece/ a no tener quién me calme. Pero no./ Una madre se recompone pronto/ aunque los hijos estén en la otra casa”. 

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La imagen potente de la madre que está trabajando hasta tarde en el cuarto iluminado de la casa vacía de la prole. Wittner les deja escrita esta escena que sus hijos no ven. Así vi a mis padres algunas noche de mi infancia, bajo un cono de luz, haciendo las cuentas para mantener a una familia como si fuera una pyme.