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odios

Lo inauténtico

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| Cedoc

Caminaba por el pueblo (no es un pueblo, es mucho más chico) cuando me crucé con una antigua vecina. Un censo (los censos están prohibidos en Francia, no se puede saber cuántas personas de cada etnia hay, pueden preguntar cómo se perciben, no qué son) diría que donde vivo hay: 2 argentinos, 13 franceses auténticos, 2 gatos, 18 gallinas y 4 perros. La chica me saludó y trepamos la cuesta. Casi no hablaba pero en un momento en lo alto desde donde se ve, como en Hollywood, el nombre en letras blancas de las grandes bodegas, dijo que se había ido a vivir al sur y que se había dado cuenta de que odiaba a los judíos. Agregó que los odiaba pero que nunca había visto uno. Acá no hay, dijo. Como en Japón, un país con corrientes antisemitas pero casi sin judíos, acoté. No hace falta nada para odiar, la pasión se justifica sola. Recorrimos más plantaciones entre las estacas y sus alambreras hasta que dije: yo soy judía. Seguimos caminando y agregó: pero no parecés. 

Siempre recuerdo esa escena, la morosidad de la caminata, el pesado y opresivo olor de los racimos, el sol como una deflagración en la colina de Sancerre y el estruendo: pero no parecés. Siempre me pregunto a qué me parezco, a qué se parecen los demás. 

Hay una anécdota divertida de Hitler cuando su entorno lo alertó sobre el pasado judío de un amigo de su círculo íntimo. Hitler respondió colérico: pero yo decido quién es judío y quién no. Dos casas más abajo vive un policía retirado con su mujer y un caniche blanco. Desde el primer día me mira mal. Una vez estaba frente a una casa quemada y me chuceó desde su tranquera, desde ese momento siempre lo saludo exagerando cortesía, pero la mirada de desprecio sigue. A diferencia de él, un amable señor de unos 90 años asomado a su ventana me contó que habían vivido la ocupación alemana y que en la liberación algunos alemanes se instalaron en el pueblo porque se habían encariñado y que hoy, ya parecían franceses. Para él yo tenía “una linda raza y era brasilera”, una garota, pensé. 

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En una exposición del museo de la Armada vi la historia de los diferentes uniformes militares a través de los siglos y cómo cada ejército probó diversos camuflajes para ser invisible frente al enemigo, sin lograrlo jamás. Según Sartre en Reflexiones sobre la cuestión judía, es la mirada de los demás lo que convierte al judío en judío. No es la historia, la religión o el territorio lo que une a los “hijos de Israel”. Sartre creía que hay un antisemitismo latente en las mentes que quieren ser abiertas… son hostiles al judío en la medida en que este último se ve, se piensa a sí mismo como un judío. Esa es la única condición. Sartre lo escribió en el 44, cuando aún no habían sido liberados los campos de exterminio, se publicó en el 46, y hoy todo sigue, exactamente, igual.