Iba a escribir sobre el PRO, pero la página web del PRO, que tanto cosechó en la campaña electoral desde el sitio www.ciudadpro.com, no se actualiza desde diciembre. Por eso, escribo sobre el progresismo: es increíble que queden progresistas. Hace treinta y seis años, el entonces filósofo español Eugenio Trías pasó por Buenos Aires, y en una mesa de La Paz, desbarataba la unidad entre razón, progreso e izquierda. La razón era de derecha. Alguien entendió que así estigmatizaba a la izquierda afirmando que la derecha tenía razón pero yo interpreté que en un mismo ademán estigmatizaba al poder, a la razón y a la derecha, mientras, al decretar su inutilidad, dejaba sin significado alguno a la expresión “izquierda”. En el Tratado de la Pasión, dedicado a Osvaldo Lamborghini, Trías agradece a su diálogo con argentinos el nuevo de orden de sus ideas, y entre nosotros no influyó poco en la consigna lanzada por la revista Literal contra la prepotencia montonera: “No matar las palabras, no dejarse matar por ellas”.
Hay progresistas que propugnan la legitimación del aborto y la eutanasia. Habría que someter a la expresión “progreso” a alguna de esas dos formas “progresistas” de solución final. No es malo “progresar” en la vida pero el progreso de las sociedades no garantiza el de sus miembros. ¿Hacia dónde van ellas? No se puede saber: cada una a su manera aumenta su riqueza, pero asumiendo más riesgos bélicos, destruyendo el medio ambiente y acentuando sus contradicciones internas.
Entre nuestros vecinos, el progresismo chileno condujo a su pueblo hacia la consolidación de la pirámide social a la que aspiraba la banda de Pinochet, el de nuestros vecinos ex tupamaros remata su “Uruguay natural” y ruega por el ingreso de más capital a la Suiza del Plata, el brasileño de Cardoso y Lula redistribuyó apenas lo imprescindible para garantizar sus aspiraciones imperiales y militares, el de Chávez y Kirchner es un bluf destinado a sostener sus capitalismos subordinados al juego de corporaciones entre las que la cleptocracia gobernante hace de árbitro en la puja.
No: no hay que ser progresista. Ni reaccionario, porque al orden pasado, al del neolítico, nos conduce a ciegas la marcha del progreso con sus aventuras, genéticas, industriales, informáticas, aeroespaciales. Y, claro, sus juegos nucleares que son la condición indispensable para sostener al conjunto de las aspiraciones “progresistas”.