Falta sólo una semana –el domingo 5– para que Brasil elija cuánto cambiará, en elecciones que tendrán para la Argentina una incidencia mucho mayor que la controversia por los fondos buitre.
Hinchados de provincianismo, nuestra agenda elige focalizarse casi exclusivamente en Cristina Kirchner sin tener en cuenta que dentro de un año el 90% de los temas políticos y económicos actuales será absoluto pasado.
Fuerzas mucho más poderosas que las que encarnan los actores de la política decidirán nuestro futuro y el de los propios dirigentes políticos, mucho más allá de su propia voluntad. Fuerzas que no son los fondos buitre, el imperialismo, la internacional financiera o el capitalismo retrógrado, como le gusta exhibir al populismo local, sino que surgen de la relación entre los propios deseos de los habitantes de nuestros países y las posibilidades que brinda el contexto mundial.
Se agotó el ciclo del crecimiento fácil por el aumento de los precios de las materias primas que hizo que todos los países latinoamericanos tuvieran los mejores diez años en más de medio siglo. Y que creó las condiciones de posibilidad –no de obligatoriedad– al éxito del chavismo (16 años), el PT de Brasil (12 años) y el kirchnerismo (12 años).
Siendo Brasil el más desarrollado de todos los países latinoamericanos, así como siempre moderó las mismas tendencias que se dieron más extremas en Argentina (dictaduras, hiperinflaciones, convertibilidades o populismo), últimamente viene anticipando el rumbo. Por ejemplo, la asignación universal fue una instalación de Lula a partir de su Bolsa Familia.
En 2002, antes de Néstor Kirchner, Duhalde ya hablaba de una asignación universal, idea promovida por Lula. Faltaba que llegara la soja.
Primero Fernando Henrique Cardoso, al eliminar la inflación después de décadas de vigencia, sacó de la pobreza a 20 millones de brasileños. Luego Lula, con la Bolsa Familia, hizo ascender a 40 millones más. Casi uno de cada tres brasileños era muy pobre y dejó de serlo. Pero el asistencialismo parece haber agotado sus posibilidades de mejorar la sociedad. En parte porque no hay hospitales, escuelas o infraestructura públicas en general capaz de satisfacer las necesidades de esa nueva clase media baja (30% del país).
Un ejemplo del paralelismo de los procesos en Argentina y Brasil es que en nuestro vecino ya se venían aplicando las normas de “no aplazo” y tolerancia académica que más tímidamente se vienen implementando en nuestro país y ya se discuten abiertamente. En Brasil se dieron de hecho porque la enseñanza pública no pudo absorber 20 millones más de alumnos. Las consecuencias son que hoy siete de cada diez egresados del secundario no comprenden lo que leyeron y nueve de cada diez no hacen con fluidez las operaciones matemáticas básicas.
Para dar el próximo salto ya no alcanza con asistencialismo, habrá que aumentar la productividad y pasar a tener un nivel de inversión cercano al de los países asiáticos. Para estar a la altura de su condición de país BRIC y séptima economía del planeta (era la número 13 hace 12 años), Brasil precisa integrarse al mundo y competir por productividad, dejando atrás la etapa de “vivir con lo nuestro” exportando materias primas.
Eso traerá grandes consecuencias para Argentina, primero porque Brasil mirará mucho menos al Mercosur, y segundo porque el fin del crecimiento fácil impulsado por el aumento de los precios de las commodities y el agotamiento alcanzado por el asistencialismo como factor de progreso social son diagnósticos válidos tanto para Brasil como para Argentina.
El fin del aumento de precios de las materias primas afecta a toda Latinoamérica, pero no es casual que sus tres economías más golpeadas sean las de Venezuela, Brasil y Argentina, que comparten gobiernos de similar sesgo ideológico (el otro, Ecuador, mantiene la dolarización de los 90).
El fin de semana próximo Brasil comenzará a elegir a su próxima presidenta. De terminar perdiendo Dilma, sería la primera vez que una candidatura latinoamericana a la reelección sale derrotada desde que comenzaron a crecer los precios de las commodities. Pero si terminara perdiendo la opositora Marina Silva, igualmente algo cambiaría en Brasil, porque se habrá instalado en la opinión pública una notable preferencia por un giro económico más internacionalista y ortodoxo (“no vamos a inventar la rueda”, dijo Marina), que el PT y Dilma, de ser reelecta, no podrán ignorar. De hecho, ya prometió que cambiaría su equipo económico en un segundo mandato.
Viene otro ciclo económico en la región. Y también político, porque la agresión al oponente y la propaganda política mentirosa no son sólo patrimonio del kirchnerismo. El PT en Brasil tiene 12 minutos diarios de horario gratuito de televisión (es en proporción a los votos de la elección anterior), mientras que el PSD sólo dos minutos. Los 12 minutos del PT están dedicados a mentir sobre Marina, diciendo que si ella es electa eliminará la Bolsa Familia. Marina, con sus dos minutos, responde que alguien como ella, que de niña pasó hambre de verdad, jamás sacaría la Bolsa Familia. Otro aviso del PT tiene banqueros en una mesa y una familia pobre en la otra: mientras los banqueros hablan de subir la tasa de interés, a la familia pobre le va desapareciendo la comida de su mesa, atacando así la idea de Marina de un banco central independiente.
Pero cuando se pase al segundo turno, Dilma y Marina tendrán igual cantidad de segundos de televisión, y no es improbable que pueda imponerse a pesar de todo.