Hace pocos días la presidenta de Argentina expresó su estupor al enterarse de que algunas potencias espiaban a nuestro país. Dijo que “le corría frío por la espalda” cuando supo que Estados Unidos realizaba tareas de inteligencia sobre Argentina.
Sin forzar la interpretación de sus palabras, esto significa que la señora Kirchner ignoraba que todo el mundo espía a todo el mundo y que esa actividad es tan antigua como la historia de la política.
Desde que existen el poder y su ejercicio, cada grupo trata de enterarse de cómo los otros lo van a usar, cuáles son sus planes, sus objetivos, y calibrar, en fin, la dimensión del peligro que un poder ajeno puede representar para el propio.
La Presidenta se enteró la semana pasada de una actividad, el espionaje, iniciada por Dios:
“13:1 Y Jehová habló a Moisés, diciendo:
13:2 Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Canaán…
13:3 Y Moisés los envió desde el desierto de Parán, conforme a la palabra de Jehová. […]
13:17 Los envió, pues, Moisés a reconocer la tierra de Canaán, diciéndoles: subid de aquí al Neguev, y subid al monte,
13:18 y observad la tierra cómo es, y el pueblo que la habita, si es fuerte o débil, si poco o numeroso;
13:19 cómo es la tierra habitada, si es buena o mala; y cómo son las ciudades habitadas, si son campamentos o plazas fortificadas;
13:20 y cómo es el terreno, si es fértil o estéril, si en él hay árboles o no; y esforzaos, y tomad del fruto del país… […]
13:25 Y volvieron de reconocer la tierra al fin de cuarenta días.” (Deuteronomio 1.19-33).
La primera misión de espionaje fue, en efecto, encomendada por Jehová, y el primer jefe de una operación de inteligencia fue Moisés.
En el siglo IV a.C., Sun Tzu en El arte de la guerra hace un análisis detallado de los diversos tipos y métodos de espionaje. De manera que el tema no es precisamente lo que llamaríamos una novedad en la historia.
Comprenderá, lector, que los que sentimos frío en la espalda somos los habitantes de un país cuyo responsable de Defensa confiesa su ignorancia y, además, su sorpresa sobre la existencia de este tipo de operaciones.
En esta materia no se trata de rasgarse las vestiduras, mostrando indignación y exhibiendo ignorancia sobre un asunto esencial para el gobierno de un Estado, sino actuar para controlar a los que nos espían.
El aumento desproporcionado del gasto en inteligencia del Ejército y la excepcional situación de que su jefe de Estado Mayor –el general Milani– haya mantenido su cargo como jefe de Inteligencia podrían haberse justificado en el marco de las actividades de contraespionaje que debían hacerse frente a “esta ofensiva de los Estados Unidos”.
Pero mal pudo tener la Presidenta una estrategia para controlar las tareas de espionaje de los Estados Unidos si ella nos acaba de decir que sólo ahora supo de su existencia.
Cada vez tengo menos dudas de que las 738 personas que trabajan en inteligencia en el Ejército se ocupan de cualquier cosa menos de inteligencia estratégica. Lo más probable, como comenté el domingo pasado, es que realicen tareas de inteligencia interior al servicio de las necesidades políticas; no del Estado nacional, sino del grupo que ocupa el gobierno. No puedo demostrarlo; pero puedo razonablemente sospecharlo.
Si esto fuera así, se estaría entregando al Ejército una función que le reabre las puertas para ingresar a la política interior, lo cual condujo a nuestro país a los dramas que conocimos. Desafortunadamente, un conjunto de hechos sucedidos esta semana tiende a fortalecer esa sospecha.
Por lo pronto, lo hace el discurso del general Milani, en el que expresó el compromiso de la fuerza con “las políticas de transformación emprendidas que apuntan a la construcción de una nación en paz, autónoma y democrática, definitivamente vinculada a América latina, socialmente integrada y con igualdad de oportunidades para todos…”. De esta forma, el nuevo jefe expresa su adhesión política a un gobierno, ignorando que su único compromiso es con la defensa del territorio de la nación en el marco de la Constitución Nacional.
El general Milani no es un ministro, que naturalmente debe compartir los objetivos del Gobierno. Es el jefe de una de nuestras Fuerzas Armadas y su problema principal es tratar de que vuelvan a ser útiles para la defensa nacional. Lo dicho por el general Milani lo hace parte de una facción, con los comportamientos que previsiblemente se pueden esperar. El general no cumple con su deber y el Gobierno abre las puertas del infierno.
Así es la lógica de los acontecimientos que se despliegan ante nosotros: la Presidenta dice ignorar que en el mundo hay espionaje pero, sin embargo, aumenta los gastos de inteligencia del Ejército, mientras su jefe da claras señales de adhesión al gobierno que ella encabeza.
Además, Cristina Kirchner anunció en la cena con las fuerzas que “hoy las Fuerzas Armadas tienen un nuevo papel, a través de la solidaridad y la ayuda”. Quizás señora, sólo quizás, estas funciones complementarias puedan encararse en algún futuro. En todo caso, sólo una vez que las fuerzas hayan recuperado su capacidad para la defensa nacional. Un indicador de la situación actual de las fuerzas es el bajísimo nivel de renovación de su equipamiento. Entre 2003 y 2011 –en plena “década ganada”– el promedio de las adquisiciones representó 2,8% del gasto militar. En Chile, por ejemplo, ese gasto es el 15% del total dedicado a las fuerzas armadas.
Lector, porque tenemos la historia que conocemos, sería de la mayor importancia que las fuerzas de oposición dieran prioridad a estas cuestiones. Existen mecanismos a su alcance en el ámbito del Congreso Nacional que no están siendo usados. Los partidos que compiten en octubre para formar una mayoría diferente en el Parlamento deberían asumir el compromiso de legislar, rápidamente, sobre estas materias.
Las fuerzas de oposición al Gobierno tendrían que acordar formalmente presentar tan pronto se inicien –en marzo de 2014– las sesiones ordinarias, una legislación que ponga en marcha controles, mucho más estrictos que los existentes, sobre las actividades de inteligencia desarrolladas por las Fuerzas Armadas. Se deberían presentar en conjunto por la oposición proyectos de ley que prioricen, en el gasto militar, el reequipamiento y el mejoramiento de la capacidad operacional. También el nuevo Congreso tendría que legislar sobre la estricta separación entre las funciones militares y las políticas de los integrantes de las fuerzas. Los temas que menciono en esta columna merecen el control de la oposición y un compromiso activo para que los peligros que se insinúan sean bloqueados. Para estas cosas sirve estar en el Congreso, ser diputado o senador, y éstos son los temas sobre los que muchos argentinos esperan que los partidos políticos, los candidatos, actúen y se comprometan.
Durante estos meses, para el Gobierno todos los caminos conducen a la reelección, y los temas mencionados en esta nota no tienen por qué ser un camino excluido.