Lo poco que sé de Rosario es que los rosarinos son seres apegados a Rosario y a sus cosas rosarinas y le dan un matiz intelectual al populismo que practican. Es cierto que de Rosario han salido jugadores de fútbol destacadísimos. Algunos indiscutibles y otros que ni siquiera han salido, como el legendario Trinche Carlovich, una típica e incomprobable leyenda rosarina. En cambio, entre los escritores, músicos, plásticos y cineastas cuesta encontrar a uno sobresaliente. Pero en Rosario hay un mundo cultural al que me acerqué en estos días gracias a dos pequeñas novelas que me gustaron mucho.
Una se llama Las hamacas de Firmat y su autora, Ivana Romero, no nació en Rosario sino en esa ciudad vecina. Pero Romero se licenció en Comunicación Social en la Universidad de Rosario y la novela la publicó la Editorial Municipal de Rosario en la que Lila Siegrist editó libros de fotografía. Siegrist, nacida el mismo año que Romero (1976), es la autora de la otra novela: Destrucción total, editada por Blatt & Ríos en Buenos Aires. Me gustaría saber si Romero y Siegrist se conocieron o se cruzaron cuando Romero estudiaba en Rosario y Siegrist no estaba haciendo sus cursos en artes visuales en Europa y Estados Unidos. Las dos novelas sugieren dos círculos que nunca se intersectaron.
Rosarina por circunstancias, Romero terminó viviendo en Buenos Aires y trabajando para el diario kirchnerista Tiempo Argentino. Algo de eso se nota en la novela, en la que una mano maligna escribe en la página 50: “La ciudad parece respirar con satisfacción, con su falda sembrada de soja, sus senos llenos de leche de vaca criada a pasto y sus fábricas que han vuelto a humear como en los viejos tiempos”. Las hamacas de Firmat está estructurada como una nota periodística por encargo, incluye fotos y mezcla recuerdos personales, apuntes sobre el tema central (unas hamacas de plaza que se mueven solas en contra de las leyes físicas) y datos históricos. Pero el retrato del pueblo resulta mucho más siniestro que la melosa frase de la falda y los senos, como si Romero hubiese encontrado un pasadizo secreto que lleva sutilmente de la crónica jornalera al relato de terror y la prolijidad viniera a rescatarla de la ideología.
Si Romero es modesta y pudorosa a la hora de hablar de su vida privada, Siegrist hace todo lo contrario. El núcleo de Destrucción total es el fin de un amor, una crónica de odio en la que las chispas de la pasión todavía arden mientras Siegrist destruye totalmente a su ex, un catalán viajero cuyo nombre en clave es Albert Fish. En setenta páginas digresivas y anárquicas, Siegrist traza un retrato impecable del intelectual acomodaticio con piel de batracio y a la anorexia vital de su amante le contrapone un caliente caldo rosarino poblado de bon vivants, psicoanalistas y atorrantes, una aristocracia del espíritu que no vive de subsidios y a la que Siegrist se enorgullece de pertenecer. Mucho más generosa que arrogante, Siegrist se permite mandar al exilio de las notas al pie todo un texto sobre obras de arte destruidas que en manos de una pluma más utilitaria se estiraría a una vida autónoma. Hay sensatez en la locura de Siegrist como hay locura en la sensatez de Romero. Me sigo preguntando cómo es el mapa de la cultura de una ciudad que alberga a ambas.