La quinta antología de Mondadori con “los mejores narradores de la nueva generación” está dedicada al peronismo. Sería exagerado aplicarle a Un grito de corazón el famoso dicho de Borges (“los peronistas son incorregibles”). Más bien corresponde citar una frase de En la pausa, una novela reciente de Diego Meret: “Cómo se puede hablar del peronismo sin ser obrero”. Pero eso, en el fondo, sería entender mal el libro. Uno de los textos seleccionados, el de Juan Terranova, se titula Algunos personajes y situaciones que no deberían formar parte de un cuento sobre el peronismo. Allí, después de proscribir tanto a poetas y sociólogos más o menos gorilas como a “villeros varios”, “fumadores de paco” y otras “flores del miserabilismo”, aparece “el militante genético” que dice ser peronista de familia porque “el peronismo le dio dignidad a la clase obrera”. Terranova concluye que un tal sujeto, tal vez lo más parecido a un obrero peronista que aparece en el libro, sólo podría funcionar como personaje secundario. De hecho, sólo el primer relato, firmado por Juan Diego Incardona, tiene alguna relación con ese peronismo clásico y heredado que el autor suele explorar como parte de su evocación de la infancia. El resto está muy lejos de esa perspectiva salvo para ilustrar, en el relato de Luciano Lamberti, que esa identidad política carece hoy de sentido en los viejos términos.
Aunque en las doscientas páginas de la antología no hay rastros de antiperonismo, Un grito de corazón no es exactamente un libro peronista sino un libro kirchnerista. La prueba, diría un paranoico que recurre nuevamente a Borges, es que así como en el Corán no aparece la palabra “camello”, aquí el apellido Kirchner está ausente a pesar de su omnipresencia. El libro no se alinea directamente con el Gobierno ni celebra sus medidas, pero no faltan dos relatos (Alejandro Caravario, Santiago Llach) en tono de farsa que tienen como víctimas a Carlos Menem y al CEO del Grupo Clarín, dos enemigos emblemáticos del oficialismo. La épica de la lucha armada de los setenta, tan presente en la mitología del matrimonio presidencial, también está representada en el relato edificante de Leonardo Oyola. Con un guerrillero heroico escondido en un ingenio tucumano, con toda su mitología anticapitalista, con un niño que muere asesinado para salvar al protagonista sería –en otras circunstancias, claro– un serio candidato para el premio Stalin.
Los compiladores Mariano Blatt y Damián Ríos no han intentado ser políticamente eclécticos y ése es un acierto de la antología: asumir que es muy difícil encontrar en esta generación un escritor que haga explícita alguna forma de antikirchnerismo. Un grito de corazón pone de manifiesto que si bien el setenta por ciento de la población ha votado contra el partido oficial, esa proporción se invierte drásticamente en el mundo de la cultura. En particular, el territorio de la literatura argentina joven es abrumadoramente kirchnerista por acción o por omisión. Por eso es muy natural que cuentos como el de Sonia Budassi y especialmente el de Carlos Godoy, que relatan escenas de la lucha de clases, queden automáticamente bajo el paraguas ideológico de la antología. Pero, además, Un grito de corazón nos introduce en una Argentina recubierta por el horizonte de la militancia: ocho de los trece relatos cuentan historias de militantes y algunos se permiten incluir contradicciones y sordideces. Desde las violentas madrugadas jujeñas de Federico Leguizamón a la intimidad del funcionariado bonaerense de Tatiana Depetris y los relatos de vida de Timo Berger o de Diego Sánchez, esos cuentos funcionan como fresco de un mundo hasta aquí parcialmente oculto. El notable cuento de Martín Rodríguez, que reconstruye la amistad entre un represor y un guerrillero, revela que todo puede ser dicho porque el universo que importa se ha vuelto propio y lo demás no cuenta.