La película de clausura del Bafici que hoy termina se llama Al doilea joc, lo que en rumano viene a ser El segundo partido (es fácil darse cuenta: “doilea” tiene que ver con dos, “joc” con juego, “al” es claramente un artículo). El director Corneliu Porumboiu se formó como matemático y tiene una mente cartesiana. Cuando Porumboiu quiere contar lo que verdaderamente pasó durante la revolución que derrocó a Ceaucescu, inventa un programa de televisión que sirve para salir de dudas (Bucarest 12:08); cuando quiere describir la lógica policial lo hace con la ayuda de un tratado de gramática (Police, adjective); cuando quiere mostrar lo desastrosas que suelen ser las relaciones entre un director y su actriz, cuenta obsesivamente la historia secreta de una sola escena (Cae la noche sobre Bucarest).
El segundo juego es un Porumboiu en estado puro, en pleno espíritu geométrico y que pone a prueba los límites del cine por su insólita simplicidad: durante noventa minutos (más los descuentos), Porumboiu ve con su padre un partido entre el Dinamo y el Steaua de Bucarest disputado bajo la nieve en diciembre de 1988. Porumboiu padre fue el árbitro de ese partido y mientras comenta con su hijo las alternativas del juego y su trabajo como réferi, lo único que se ve en la pantalla es la transmisión que hizo en su oportunidad la televisión rumana. Si bien el relato está silenciado y solo se oye la charla entre los Porumboiu, no hay otras imágenes que las del tape del partido.
El lector se preguntará cuál puede ser la gracia de una propuesta semejante. Eso es exactamente lo que piensa Adrian Porumboiu, quien en algún momento le sugiere a Corneliu que no tenga la mala idea de hacer una película con eso. Sin embargo, El segundo juego es fascinante. Por un lado, es un testimonio escueto y desprovisto de sentimentalismo de un gran afecto familiar. Pero el partido no es cualquiera: en tiempos de Ceaucescu (cuya caída no se ha producido aún) el Steaua y el Dinamo eran los equipos favoritos del régimen. Uno era del ejército, el otro de la policía secreta. Los otros equipos eran “satélites” de uno o de otro: es decir que se dejaban ganar según de quién dependieran políticamente.
Pero el clásico se jugaba a suerte y verdad entre dos equipos protestones y beligerantes. De todo esto hablan Adrian y Corneliu; el señor Porumboiu sigue comunicando con orgullo que no se dejaba influir por los dirigentes (altos dignatarios del Partido) de ninguno de los dos.
La película demuestra eso y algo más sutil. En el Bafici se exhibió un corto sueco llamado The Referee, que sigue a un árbitro actual que cometió un tremendo error en un partido internacional. En lugar de la obsesiva persecución de la FIFA para que los árbitros produzcan sanciones, los jerarcas comunistas tenían poder sobre la vida de los réferis pero dejaban que en la cancha se las arreglaran solos. Aplicando la ley de ventaja, dejando jugar y sin echar a nadie, el Sr. Porumboiu consigue que los jugadores dejen de pelearse y el segundo tiempo se disputa casi sin interrupciones. En tiempos en los que no se sabe para qué sirve el derecho penal, hay una extraordinaria parábola sobre la Ley en El segundo juego. Es como si el fútbol, entre todas las actividades humanas, pudiera ser la única de esencia antikafkiana.