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Los relatos y el silencio

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Presencia virtual. El presidente Volodimir Zelenski en el Congreso español. | europapress

El martes pasado hizo acto de presencia virtual en el Congreso español el presidente Volodimir Zelenski. El miércoles, todos los titulares de portada junto al nombre del mandatario ucraniano predicaban un topónimo: Gernika.

Así como en el parlamento de Berlín mencionó la caída del muro o en la Knéset de Jerusalén el Holocausto, ante las dos cámaras españolas dijo que su país, en abril de 2022, sufre un ataque como el que sorprendió en abril de 1937 a la población de Gernika. El aplauso fue unánime, incluidas las palmas de Vox, el partido de ultraderecha que no disimula su simpatía por Vladimir Putin y las expresiones de izquierda que se sienten incómodas con el resurgimiento de la OTAN y que cuestionan la impugnación de una docena de partidos en Ucrania, incluido el comunista. Pero en la tarde del martes, todos expresaron su entusiasmo ante las palabras de Zelenski quien, por cierto, no se detuvo en lo simbólico, sino que avanzó en lo concreto, denunciando y enunciando a las empresas españolas que aún mantienen relaciones comerciales con Rusia.

El factor económico de esta guerra, como en todas, pide una serie de equilibrios que no siempre es posible mantener. El gas y el petróleo ruso que alimentan la mitad de la energía de los países europeos sigue fluyendo y la entidad bancaria Gazprombank, la filial financiera de la empresa estatal de gas rusa Gazprom, se ha librado de las sanciones, de momento, porque los pagos de los servicios se hacen a través de ella.

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En una extensa entrevista en Le Monde, el polítólogo y alto funcionario libanés de Naciones Unidad, Ghassam Salamé, sostiene que del mismo modo que la globalización financiera ha sido posible en base a las desregulaciones, la invasión rusa a Ucrania es consecuencia de la desregulación de la fuerza inaugurada por Estados Unidos al invadir Irak en 2003. Salamé llama a aquella intervención, parafraseando a la expresión usada por Saddam Hussein, «la madre de las políticas», una guerra injustificada, rodeada de mentiras, que cambió el equilibrio de poder entre las comunidades iraquíes y abrió la puerta a la influencia iraní. Tony Judt llegó a expresar su preocupación ante un momento Weimar en Rusia, recordando el resentimiento del tratado de Versalles, y el primer paso acontece en 2008 cuando Rusia ataca Georgia y en 2014 por primera vez a Ucrania. El arco se amplía si se observan los aviones chinos sobrevolando Taiwan, o a Turquía involucrada en el conflicto sirio. Bruselas se sorprendió con la invasión a Ucrania; Ghassam Salamé opina que no hay espacio para el asombro: era previsible.

Mientras tanto, el relato de Zelenski, lejos de la grosería emocional que Steve Bannon producía para Trump y conectado a la sintonía fina que Alastair Campbell desplegaba para contar la gestión de Tony Blair (incluida la muerte de Diana Spencer y las oscilaciones de la corona británica en aquellos días), su narrativa, expuesta con minimalismo escénico, alterna con las voces que ponen palabras al silencio de las víctimas.

Yevgenia Belorusets es una escritora y fotógrafa ucraniana que lleva un diario cuyas entradas, en español, publica La Vanguardia. Belorusets vive en la contradicción de volver a Berlín, donde reside habitualmente, pero el conflicto, la guerra en Kyiv, su ciudad natal, la retiene. Ayer contaba que recibió la foto de una amiga en la que se observa la mano del marido, perforada por pequeñas piezas de metal con forma de ola. Debajo de la foto, escrito con birome, se leía: «Esto es de un Grad». Grad es el nombre de uno de los sistemas lanzamisiles rusos. Me hizo acordar de otra mano, sucia, con las uñas rotas y el esmalte rosa descascarado. Era la mano yacente de una mujer muerta en Bucha y, junto a esa foto, había otra imagen, la de esa mujer en un cartel anunciando sus servicios de cosmetóloga. Un anuncio simple, doméstico, insoportable. El espacio que separa el relato de la crónica.

Para entender el efecto en la distancia corta, solo hay que pensar en el contraste entre el balcón triunfal del general Galtieri y la soledad de las cartas acompañadas con un chocolate en el sobre que aparecieron meses después de la contienda y que nunca llegaron a sus destinatarios caídos en las islas.

*Escritor y periodista.