Me resisto a participar del debate deportivo del momento: el de cuánto es perder por poco. Me recuerda tristemente a los que, en materia política, no votan buscando lo bueno ni mucho menos lo mejor, tampoco votan a quien represente su pensamiento o al que exprese sus convicciones: votan apenas por lo menos malo, en conjura de lo más malo; votan el perjuicio y la desdicha, contrarrestando lo que imaginan peor.
Quien se levante a las siete de la mañana de un domingo de diciembre debería contar, al menos, con el derecho a la ambición de ganar. Es lo menos que se puede pedir, y así era en otro tiempo. Debería disponer al menos de la ilusión de meter algún gol, en vez de estancarse en la penosa frustración del cero y dedicarse de ahí en más al cálculo estimativo de hasta cuántos goles habrá de recibir en contra para poder salir a hablar después de dignidad, para poder hablar de frente alta.
Han dicho en Boedo que lo aceptable era un cero a dos. En Núñez alegan ahora que un cero a tres los conforma, que se sienten satisfechos, que se lo puede considerar hasta un logro, que es bastante decoroso. El argumento del mal menor toca así su pico de amargura. Se pretende que un tres a cero está bien, pensando que se podría perder cinco a cero o seis a cero. Pero siguiendo con un razonamiento así, habrá de pensarse algún día que un seis a cero no está tan mal, considerando que peor sería un nueve a cero; y luego que un nueve a cero no está tan mal, etc., etc., etc. Aspiro, en lo personal, a que nunca se renuncie a la posibilidad del triunfo. Salir a perder por poco es el sello de la chiquitez.
¿Si puedo poner un ejemplo? Claro que puedo. Estudiantes de La Plata enfrentó al Barcelona de Guardiola y Messi en diciembre de 2009, por el título del mundo. Se puso en ventaja en el primer tiempo, con un gol de cabeza de Mauro Boselli. Mantuvo noblemente esa ventaja hasta el minuto ochenta y ocho, es decir, a dos del final. El partido terminó con un empate. Perdió sólo en el complemento, y por un gol. Y lo tomó como lo que fue: una derrota.
No fraguó méritos de perdedor donoso, no confundió ser grande (hecho real) con decirse grande (acto de habla o eslogan).
¿Si puedo poner otro ejemplo, ejemplo de club ganador, o que gane o pierda juega siempre de igual a igual? Claro que puedo. Claro que puedo. Los que me conocen bien saben que puedo.