Dos semanas atrás, analizando la crisis económica, institucional, política y social en Argentina, esta columna intentaba responder a la posibilidad de que entre nosotros apareciera “un Bolsonaro”. Señalaba, entre otras variables, que “sigue latente un nacionalismo populista ‘duro’, en línea con la primigenia vocación mussoliniana del peronismo. La derecha nacionalista, sectores corporativos, de la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas comparten ese ideario” (https://www.perfil.com/noticias/columnistas/todo-a-la-derecha.phtml).
Una semana después, el arzobispado de Luján-Mercedes dio su aval, con la presencia del obispo Agustín Radrizzani, a una misa organizada por gremios combativos y movimientos sociales, con los camioneros de Hugo Moyano a la cabeza y la confluencia del kirchnerismo y otros sectores. Hubo otros gestos, como reseñó un colega: (https://www.lanacion.com.ar/2185038-el-caos-como-metodo). En total, un claro respaldo de la Iglesia Católica a la confluencia del kirchnerismo con sectores peronistas con los que estaba, si no enfrentado, al menos al margen. Es el caso de los Moyano. Si se tiene además en cuenta la filiación peronista del papa Francisco y sus reiteradas muestras de simpatía a sus dirigentes sindicales y políticos, las luchas internas vaticanas, los escándalos eclesiásticos de pedofilia, la escalada evangelista y, en ese contexto, la necesidad de la Iglesia de recuperar terreno, es posible que en Argentina acabe apoyando un programa “de orden” con el peronismo como columna vertebral.
El mundo entero se va envolviendo en el desorden, la violencia y el consiguiente reclamo social de “firmeza”, tanto si la proclama un líder de extrema derecha como Bolsonaro o un “defensor de los trabajadores”, pretendidamente “de izquierda”, como Cristina Fernández o Nicolás Maduro. El discurso y su aplicación pueden resultar distintos, pero en ambos casos se trata de “nosotros o ellos”; no ya de una grieta, sino de trincheras y fuego cruzado.
Eso es lo que parecen creer los provocadores que el miércoles pasado, arrojando piedras desde la calle, hacían el juego de los diputados kirchneristas y de izquierda que, en el recinto, intentaban que no se votase la Ley de Presupuesto Nacional. Poco importa, para lo que se quiere decir aquí, que la ley haya sido finalmente votada. Lo verdaderamente intrincado de la situación argentina es que los saboteadores, tanto fuera como dentro, practicaban ilegalmente la oposición a una ley –en el fondo, a una política económica– para lo cual les sobran razones, aunque no ofrecen alternativas.
La confusión, dentro y fuera, arriba y abajo. Desde el Gobierno, una propuesta republicana y una política económica destinada a agudizar la confrontación social y, tal como va el mundo, al fracaso. Enfrente, una oposición populista poco o nada republicana, cuando no “anti”, que desde el gobierno aplicó una política económica clientelista que acabó fracasando, como todas. En las democracias desarrolladas, la crisis estructural del capitalismo sumió en la impotencia tanto a conservadores y liberales como a socialdemócratas, dando paso a la extrema derecha y poniendo en peligro el orden republicano. En nuestras repúblicas de opereta, desnudó la ineficacia y corruptela populista, allí donde ejerció. La extrema izquierda argentina, que hizo notables progresos en la base sindical, corre el riesgo de diluirse y pervertirse en la marea populista.
Lo positivo es que también al peronismo le afectó la crisis, dando lugar a algunos líderes con atisbos republicanos. En el radicalismo, algunos sectores se apartan de Cambiemos y tienden a confluir con la socialdemocracia, que en Santa Fe dio pruebas de decencia y eficacia.
Todo puede ocurrir, hasta un amplio acuerdo de orden republicano y cambios estructurales capaces de suscitar respaldo popular. Es por ahora remoto pero, como dicen, la esperanza es lo último que se pierde.
*Periodista y escritor.