En el primer sábado con nuevos habitantes, la Casa Rosada lucía semivacía, casi con más turistas que empleados. “No están habituados a que nadie ande por acá los fines de semana”, comenta un funcionario en el amplio espacio de la Jefatura de Gabinete, donde Santiago Cafiero y su vice Cecilia Todesca trabajaban ayer con calmo entusiasmo.
Cafiero se muestra cercano con los interlocutores y dúctil para responder todo, incluso cuando se le traslada alguna descalificación que circula sobre su presunta condición de “tierno” para el mismo cargo que su ahora jefe ejerció con Néstor y Cristina Kirchner.
Siempre con seductora cordialidad, cuida las palabras que emplea y la información que transmite, a sabiendas que en estos momentos de ansiedades y susceptibilidades algo que salga de la línea bajada por Alberto Fernández puede tener más riesgos que beneficios. Dentro y fuera de la coalición de gobierno.
Al revés de su antecesor, no pone el piloto automático discursivo y valora variedad y diferencias de opiniones como parte del capital del espacio político que armaron. Ya no habla del Presidente por su nombre sino por su cargo. Y sólo menciona a la vicepresidenta sólo si se le pregunta al respecto.
Más allá de ser hombre de confianza de Alberto F y de tener un apellido simbólico en el peronismo, su estilo encaja perfecto en una de las máximas albertistas para este arranque tan complejo: acercarse y explicar, dialogar y convencer.
Sea por convencimiento o por estrategia diferenciadora con el macripeñismo, los primeros pasos parecen ir en ese sentido, aún con decisiones tajantes de fuerte repercusión. Santiago Cafiero, manso y tranquilo, las defiende sin perder la amabilidad. Y da a entender que habrá nuevas más pronto que tarde.