COLUMNISTAS
Crecimiento europeo

Mapa de la patria

default
default | CEDOC

El historiador británico Leslie Sthephen, padre de Virginia Woolf, es el que acuñó el término “madre patria” para crear un relato sostenible del menguante colonialismo inglés en la segunda mitad del siglo XIX. Patria, a secas, es un socorrido término que en España ha puesto en circulación el dirigente de Podemos  Iñigo Errejón, quien lo tomó del kirchnerismo y, como señala la politóloga española Máriam Martínez-Bascuñan, “primavera patriótica” es la actualización que Mariane Le Pen le ha dado a un supuesto movimiento liberador que recorre Europa, con Austria e Italia –de momento, ya que parece ir a más– como centros de referencia.
La “patria”, cual fantasma, recorre la Europa del Brexit y del neofascismo que anida con vigor en el gobierno italiano y en abundantes minorías parlamentarias de los distintos países miembros.
Tanto en la City londinense como en el continente el foco sigue centrado en las bolsas y en la volatilidad financiera. Lo volatilidad social, principal causa de la primavera que promulgan Le Pen y el viceministro italiano, Matteo Salvini, parece no tener cabida ni en los periódicos ni en la mayoría de los políticos. Se sigue haciendo hincapié en el error de David Cameron al convocar un referéndum que perdió para salvar su gobierno. (Nadie quiere recordar la derrota de Matteo Renzi en el suyo: de aquellos polvos, estos lodos.) Mal alumno, Cameron. Tendría que haber atendido a una máxima de Margaret Thatcher, quien sostenía que los referendos son recursos de los dictadores y los demagogos, pensamiento del primer ministro laborista Clement Attlee, a quien Thatcher admiraba tanto como a Tony Blair –“mi mayor logro”, llegó a decir–. Por cierto, Blair ahora afirma que el Brexit es la prueba de que “una política insurgente puede tomar un país”.
En estos días, Italia, a través de Salvini, líder de la otrora separatista Liga del Norte –parece haber invertido la lógica: ante la dificultad de una secesión se optó por la conducción de todo el territorio–, pone en jaque desde la defensa de la patria el planteo económico de la unión. No es un pulso ingenuo. Por una parte, porque pone sobre la mesa un juego de tensiones inédito, pero detrás del supuesto proteccionismo, la coalición italiana, al igual que Donald Trump, pone en riesgo no solo los derechos de las minorías. Esa parece ser la parte visible de iceberg patriótico.
La comunidad de países europeos es, se sabe, una unión económica desligada de la comunión social y solidaria de naciones que se invoca de tanto en tanto en algún discurso oficial, en los que no se suele escuchar, ahora, la palabra patria; en ese contexto se sustituye por otra abstracción, un significante flotante: crecimiento.
Borges escribió un cuento breve en el que habla del afán cartográfico de un imperio en el que los mapas de las provincias tenían el desmesurado tamaño de las ciudades y, no conformes, llegaron a construir uno de la misma dimensión imperial. Las generaciones posteriores entendieron la inutilidad del emprendimiento y lo abandonaron a merced de las inclemencias del tiempo que lo fueron destruyendo poco a poco. La construcción europea no parece ser otra cosa que ese mapa inútil configurado ahora por razones monetaristas antitéticas con el contrato social. La misma obsesión por hacer un mapa a la medida de un territorio es entender esa comunidad solo como fuente de beneficios inconmensurables cubriendo con ellos a una población que se ahoga ante el fin del trabajo, la extinción de los derechos básicos y loa negación de la solidaridad.
Bauman sostenía que el muro de Berlín ha sido sustituido por otro, invisible y móvil, que se sitúa entre la minoría incluida y la inmensa masa creciente de excluidos, el precariado. Esos son los que han abandonado de verdad a la comunidad europea, los mismos ciudadanos a los que ahora se les ofrece una patria. O tal vez se refieran a los restos despedazados de aquel mapa que, como cuenta Borges, acabó  habitado por mendigos y animales.

*Escritor y periodista.