COLUMNISTAS
Semana 07 de 2012

Marzo viene asomando

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Es tal la magnitud de lo que el hombre inventa a diario que ya no hay tiempo físico para evaluar la función o el sentido. Lo real se escapa de lo conocido. El hombre fabricó tantos artefactos de más que ahora deambula por los panteones de los hipermercados mareado por ofertas delirantes. Todo es multiuso. Pero el gran multiusado es él.

Siempre que se nos invita imaginarnos en una isla desierta se nos otorga la gracia de elegir que llevar. Con lo que habría en la isla (peces, flora, cocos, plátanos,berro, huevos, etc.) seria posible alguna forma básica de Edén alimenticio. Nos conformaríamos. Sin embargo, es suficiente que a nuestra condición de náufragos continentales se le presente un fin de semana baldío para que el síndrome del consumismo meta la cola. Nada nos alcanza.

Nos sucede algo parecido con las leyes. Los más mínimos matices de un acto, una conducta o un decir están contemplados por las sagradas legislaciones. No obstante, vivimos en una muy eficiente ilegalidad. Clamamos por más, cuando con cumplir las básicas en menos de un mes haríamos de lo social un espacio convivible. Para que esta armonía no nos sucediera durante décadas se ha ido tejiendo una tela de araña que hoy ya es una inmensa cúpula geodésica, debajo de la cual buscamos el aire de la justicia desesperadamente. No es fácil. Los códigos son mamotretos. Los procedimientos obsoletos. Los lenguajes, oxidados, contra natura, crípticos. ¿Llegarán al siglo 22 groserías tales como "a folios 15 del día de autos" o "por contrario imperio de la ley" o la muy arcaica "precipitación pluvial"? ¿Hasta cuándo se mantendrá la picaresca de una frase tan impotente como la conocida "se investigará hasta las últimas consecuencias"? Lo que se impone, (y aquí otra vez la recurrencia a Confucio) es devolver su autonomía a las palabras. Que las palabras sean actuadas por lo que significan es el primer grado de lo justo. Esto es, por ejemplo, que si alguien es ministro, es un servidor y no un virrey.

Dramática como es, la vida puede ser un ejercicio llevadero. Lo que la empobrece es esta selva de chirimbolos y ordenanzas que solo sirve para aturdirnos. Deberíamos acostumbrarnos a vivir con menos objetos y menos decretos. Hacer la síntesis de lo que se necesita de verdad y cuidar las pocos relaciones con lo sagrado que aun queda por ahí. No se trata de fundar otra religión. En todo caso, lo que necesita el mundo es hacer una con todas. Que responda a estos tiempos y ponga al día los reales delitos (que no son los que nacen de la cintura para abajo). Los pecados capitales aprendidos en el código penal de la primera comunión corresponden a una sociedad de boyscouts. Hoy, ser lascivo o perezoso es casi un don ( o una ingenuidad) mientras reales megapecados (distribuir droga, vender cañones, lavar dinero o no pagar impuestos) se practican sin temor a infierno alguno.

La corriente iniciada por alcohólicos anónimos y a la que fueron sumándose otros adictos reconvertidos, debería ampliarse a nuevos campos de lo social. Bien le vendría a nuestra democracia de papel poblarse de grupos de prepotentes anónimos, coimeros anónimos, mentirosos anónimos y traficantes anónimos, hasta cubrir el rosario entero del espinel nacional.

En poco tiempo estas microterapias comenzarían a reparar el tejido social roto. No es asunto imposible. En cada barrio, un local limpio, florido y bien aireado, con todo bien dispuesto para estas curas grupales al paso. Locales adonde entrar y caer arrepentidos por haber atacado a otro, por el cansancio de haberlo hecho tantas veces en la vida, por las ganas de ser dignos alguna buena vez.

Siempre es momento de empezar. Cuando peor se está, mejor se está. El Ecclesiastés y los refraneros se han cansado de decirlo en todos los idiomas. En ellos está la clave para salir del laberinto y afrontar las amenazas del marzo que se viene.

(*) Especial para Perfil.com.