Puede haber una primera y rápida lectura de la candidaturas en la provincia de Buenos Aires, la madre de todas las batallas de la elección legislativa: las cartas están echadas.
Así, el intendente Sergio Massa ha decidido que, para cumplir con sus aspiraciones presidenciales 2015, primero tiene que atravesar el barro de una campaña provincial por una diputación. Y aunque él se resista, como lo demostró su indefinición hasta ayer y sus primeras palabras como candidato, deberá empezar a mostrar cuál es su juego.
Su lista parece un súper chino, hay de todo. De un ex gobernador (Felipe Solá) a un actor (Fabián Gianola), de una periodista de la “Corpo” (Mirta Tundis) a un empresario mediático ultra K (Matías Garfunkel), de un industrial K (José Ignacio De Mendiguren) a un sindicalista K (Héctor Daer), de macristas a radicales y (ex) lilistas. ¿Será este rejunte el poskirchnerismo? ¿O será que kirchneristas ya somos todos y no nos damos cuenta?
La Presidenta acaso tenga más adeptos en la lista de Massa que en la de su Frente para la Victoria. A la cabeza está el intendente Martín Insaurralde, uno de los candidatos oficialistas con menor nivel de conocimiento que se manejaban en la ruleta de Olivos. En el camino quedaron otros con más rating, como los ministros Alicia Kirchner y Florencio Randazzo.
Tampoco logró avanzar con imponerle a Daniel Scioli otra candidatura testimonial (en lo que insistió hasta última hora de anoche). Y no cuajó la más delirante de todas: que la propia Cristina liderara la boleta. Sí, hubo quien tiró esa idea. Seremos piadosos con su identificación.
La elección de Insaurralde puede ser leída con la mirada de que CFK apostó a una renovación dirigencial, una cara nueva. Pero también podemos interpretar que la Presidenta “entregó” la Provincia, que, ante la apuesta de Massa y el factor De Narváez, se acomoda para una derrota digna. A lo Daniel Filmus en la Ciudad de Buenos Aires, un respetabilísimo acumulador de comicios perdidos.
Por qué no, es posible interpretar que el kirchnerismo, sin una figura de peso en el principal distrito electoral del país, tiene en Massa a una lista colectora de lujo, más consistente a la hora de juntar votos que la del FpV. Hacia esa lógica apuntarán los cañones de campaña de Francisco De Narváez, uno de los más afectados por la decisión massista, a quien hasta ahora el sciolismo había contribuido a su causa con algo más que palabras reservadas. En política, nada es lo que parece.
Hablando de Roma, como escondido anduvo Daniel Scioli. Trató de ocultarse hasta que Massa y Cristina (nada menos y en ese orden) lo convocaron a decir sí. Y, en ese recato tan de él, volvió a decir no. Otra vez, a no confundirse: Scioli juega entre bambalinas, pero no se juega. Al menos no esta vez.
“Que se maten”, dice el Gobernador con un ojo en las candidaturas 2013 y otro puesto en 2015, con la certeza de que el que gane en este turno electoral no llega a la final presidencial. Teléfono para Massa.
Scioli espera. Y espera que se cumplan sus vaticinios: que Cristina decaiga y decaiga y no logre siquiera la chance reeleccionista, y que Massa se desinfle en una banca luego del hervor que generaría su triunfo electoral. Mientras, sciolismo puro: mostrar gestión, multiplicar recorridas, reflejar acción. Habrá que ver si le alcanza.
En este repaso presuroso, falta reflexionar sobre el espacio que no ocupa el peronismo en alguna de sus incontables vertientes bonaerenses. El Frente Amplio Progresista logró incorporar al radicalismo provincial tradicional, que hace apenas dos años había ido en la boleta con De Narváez. No es poco mérito, pero resulta en principio algo poco frente a la maquinaria diseminada del planeta peronista.
Las cartas están echadas. Pero en este juego son muchos más los naipes escondidos que los que se ponen sobre la mesa.