COLUMNISTAS
reparto y superavit

Matrimonios y algo más

Si se rescatara el valor de las palabras, como sucedió en el debate de la ley de uniones igualitarias, deberíamos llamar “jubilación de reparto más subsidio a la vejez” al sistema que tenemos hoy.

Szewach
|

El inexplicablemente virulento debate en torno a la extensión de los derechos y obligaciones del contrato de matrimonio civil a parejas del mismo sexo puso énfasis, sobre el final, en rescatar el significado profundo de la palabra “matrimonio”.

En ese sentido, quizás la discusión se hubiese zanjado menos traumáticamente, profundizando, como se debe, la separación entre Iglesia y Estado. Se pudo haber concedido la reserva de la palabra matrimonio al exclusivo ámbito de las religiones y llamado de otra manera al contrato civil que une a dos personas en una relación de pareja, independientemente de sus inclinaciones sexuales u otras características.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

De paso, se hubieran podido revisar los elementos de dicho contrato, dejando las mínimas cuestiones posibles a la ley y el resto a la voluntad de las partes. Después de todo, se trata de un contrato entre dos personas libres que deciden firmarlo voluntariamente y sólo hay que proteger, en ese sentido, derechos y obligaciones ante terceros o de los descendientes de esa sociedad.

Lo curioso es que si pusiéramos el mismo énfasis en rescatar el valor de las palabras y sus significados en los temas económicos, los debates serían muy distintos.

Empiezo con el ejemplo reciente del proyecto de aumento de las jubilaciones mínimas que se discute actualmente en el Congreso. Las palabras clave aquí son: “reparto” y “superávit”. En efecto, un sistema de reparto implica que hoy se reparten entre los jubilados actuales, los aportes que realizan, a partir de sus salarios, los trabajadores actuales, con la promesa de que, cuando les llegue la edad correspondiente, podrán recibir de los activos de ese momento, su jubilación, en cierta proporción a sus aportes pasados.

En la Argentina de hoy, la relación entre activos y pasivos es aproximadamente 1,5. De manera que con impuestos al trabajo en torno al 27% del salario, lo máximo que se puede “repartir” es el 40% del salario promedio. (1,5 por 27%).

Como hoy se reparte algo más, la caja de la Anses no tiene superávit, está en déficit. ¿Cómo se cubre ese déficit? Con parte o todo de otros impuestos que nada tienen que ver con los aportes jubilatorios y que cubren más del 40% de los ingresos de la Anses. Impuestos que pagan hasta los propios jubilados.

Si respetáramos otras palabras, como se pretendió respetar la palabra matrimonio, no deberíamos llamar “jubilación de reparto” a lo que tenemos hoy, sino “jubilación de reparto más subsidio a la vejez”, porque una parte es reparto, pero el resto es un subsidio surgido de otros ingresos públicos.

Si se pretende aumentar ese subsidio, sepamos que no alcanza con el reparto y que la Anses hace años que tiene déficit, aun pagando malas jubilaciones, y que todo aumento de subsidios es más impuestos, menos recursos para otros gastos o más inflación.

Tampoco hay un “fondo de garantía sustentable” porque el grueso de ese fondo es deuda pública, imposible de hacer líquida hoy, sin un gran descuento o sin una explosión inflacionaria que tiraría por la borda la “garantía”.

Es cierto que habrá más ingresos públicos este año, como en los anteriores, que los presupuestados, pero entonces, lo que hay que reformular es el gasto en forma integral, incluyendo el gasto previsional que, además, tiene que contemplar el hoy y el futuro.

Y eso me lleva a la palabra “presupuesto”. Lo que en estos años se ha discutido y aprobado en el Congreso no es el Presupuesto Nacional; es decir, la forma en que se distribuyen en diferentes gastos los ingresos, en función de las prioridades de la sociedad, a través de sus representantes. Lo que en la Argentina llamamos presupuesto y se somete a discusión es una parte que oscila entre el 60 y el 70%, de lo que el Estado Nacional gasta efectivamente, entre lo que se subestima de ingresos y lo que queda afuera del Presupuesto por autonomías o fondos varios.

Y aquí vuelve también el concepto de “superávit fiscal”. Sin contabilidad creativa, ni confundir financiamiento con ingresos genuinos, el Estado Nacional ya tiene déficit que se suma al de la Anses y de las provincias.

Ya llegará el tiempo en que los argentinos dejaremos de hacernos trampa en el solitario. Quizás, en ese momento, podremos enfrentar nuestros problemas estructurales y solucionarlos, en serio, sin palabras falsas.