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Messi no Fifa

La agenda mundialista del fin de semana
La agenda mundialista del fin de semana | TELAM

Me senté a escribir esta columna semanal impulsado por un imperativo categórico: denunciar a los mundiales de fútbol como máquinas de producción fantasmática de un deseo hiperregulado que se enmascara con la ilusión de un exceso y un desenfreno ligados a la obtención de un objeto completamente innecesario (¿qué podrías hacer vos con una Copa del Mundo en tu casa? ¿Dejarla juntando polvo bajo una vitrina? ¿Usarla para dejar en remojo las papas para que suelten el almidón antes de hacer unas ricas papas fritas?). El Mundial es una nada que se ofrece como una droga regulada por el contraste: una larga exposición a sus efectos –tres o cuatro partidos diarios durante un mes– luego de cuatro años de abstinencia, precedidos por una competencia/exposición previa. El Mundial trafica el mito del héroe colectivo que se proclama ganador luego de siete batallas, y consagra también a un ganador que puede ser parte del equipo ganador, o no: el mejor jugador del torneo. Luego, antes o después, vienen, siempre correctas, las denuncias, que son siempre ciertas y justas, y que funcionan como la sal y pimienta para que los periodistas deportivos acompañen las larguísimas y tediosas horas de relato sobre la nada: entre una visita a un bar para ver si te sirven o no cerveza en Quatar, se surten relatos –en este caso– sobre homofobia,  xenofobia, feminofobia, corrupción, derroches, muertos en obra, matufias y negociados varios. En mi recuerdo, solo en un Mundial los anfitriones aparecieron como impolutos y sustraídos a toda denuncia como anfitriones. Fue en el Mundial 94, organizado por los Estados Unidos, un país que protagonizó unas cuantas guerras e invasiones y posee una incontable lista de muertos (propios y ajenos) a cuenta de su voluntad de exportar democracia urbi et orbi y entretanto apoderarse de petróleos e instalaciones ajenas.

En fin, iba a ocuparme de esto, y si me restaba espacio iba a ocuparme también de analizar cómo funciona esa maquinaria universal para producir la “pasión-fútbol”, que no es natural ni consustancial de nadie, y que no define ni cambia la vida de nadie, como sí lo hacen aquello que podríamos llamar las “pasiones verdaderas”. Pero cuando me senté frente a la pantalla y me descubrí gritándole a una superficie plana y brillante donde se movían unos muñequitos en pantalones cortos, increpando a un muñequito celeste que en el espaldar de la camiseta llevaba el número diez, gritándole “jubilado” cada vez que intentaba una cansina carrera o un amague previsible… entonces me dije que tal vez las cosas eran más complicadas, al menos más de lo que yo preveía, y que tal vez, precisamente por ser una pasión inventada, el Mundial en particular y el fútbol en general produce esos efectos. Porque la desmesura tal vez se muestre más cruda y desnuda en los ámbitos donde nada personal se pone en riesgo. Por eso es posible que durante el resto de nuestras vidas sigamos esperando ese corte cuatrianual del tiempo, regulando lo que nos separa de la muerte mientras vemos rodar una pelota.