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Mi candidato es un pez

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Ansiedad. Basura. Ceniza. Denuncia. Estupor. Cada día más sustantivos de granizo retumban sobre el techo del "no-te- metás". No es poca cosa en tiempos de sordera. Los dedos tecno distraen al cerebro. Lo banal okupa la cultura. El gobierno mandonea feudal. Es difícil no ser hoy un ciudadano sin reflejos. El cambio de época y la anomia social anulan la vida pública y privada. La palabra es solo número. La esperanza, angustia. En el argentino país solo importa arañar el próximo minuto y borrar lo antes posible al anterior. Hacer vana gimnasia en la cinta de Moebius. Rifar pasado. Patinar presente. Quemar futuro.

¿Pero habemus país? Para la gente de otro país, sí. Un Gran País. Fecundísima pradera donde es posible debutar en cualquier prohibición que como foráneo se traiga en maleta de origen. Paisaje óptimo para que un sueco debute en adrenalina cruzando su primer semáforo rojo. Que dos suizos hagan fogata contra el tronco de un arrayán. Que tres españoles pesquen truchas atontándolas cien metros rio arriba con bombas de trotyl. Que cuatro italianos compren un pueblo con un lago. Que cinco norteamericanos, media provincia. Lo que se quiera… Ideal país para gente de otro país. Llegan, se asombran, gozan un mes, les cuesta irse. A nosotros nos cuesta quedarnos. Lo nuestro es una vida. Y tanto no se aguanta. Constitución líquida. República vaciada. Justicia insana. Poder insolente.

Este espantajo colectivo que somos navega hoy sombrío hacia una fecha del calendario. No es posible asegurar que ese día haya allí un puerto y no un peñasco. Aun desanimado como estoy me juego por el puerto. Se porqué. Resulta que en mi habitual inmersión en “librerías de viejo” topé estos días con un individuo concreto (aunque a los efectos, simbólico) que podría servir de modelo a los nominados a ocupar el desgraciado sillón de Rivadavia. Este providencial ejemplar no es humano (y de allí mi optimismo) sino un ser de otra cultura genética. Se trata de un pez. Y de familia, digamos, muy familiera: la perca. Antes de prejuzgarme frívolo reparen un segundo en el modelo que propongo sea seguido por los candidatos de octubre. La característica social y "cristiana" de la perca es que hace del cuidado y supervivencia del conjunto su primordial objetivo. Desde que es desovado como alevín (pichón de pez) hasta llegar a mayor tamaño, toda perca estará bajo el resguardo de los adultos mayores. Estos se desplazan en cardumen de miles de ejemplares de variadas edades y no bien dintinguen un depredador (del tipo de los tantos que han pasado por la Rosada) actúan con una solidaridad conmovedora. Los más chicos son recubiertos por las percas que le siguen en edad y tamaño hasta formar así una enorme bola que puede llegar (digamos, es un decir) a 40 millones de peces. Los más fuertes y veteranos se aglutinan en el exterior de la maciza esfera del cardumen y se entregan a ser comidos en lugar de los más jovenes.

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(¿Alguno de los candidatos ofrece algo similar para octubre?)

A mí siempre me atrajo el pejerrey por su nombre: rey de peces. Pero amar, amo a las percas. Más: desde que supe de su modus operandi soy su voluntario y feliz public relations. Poco me inquieta pasar por ingenuo. Metáfora o no, ellas practican el primer mandamiento que todo primer mandatario debería cumplir desde el primer día de su mandato público. Ignoro si existen piscifactorías en el país. En mi ya larga vida no he visto ni una sola en comités, parroquias ni unidades básicas. Tal vez sea llegado el momento de sembrar millones de huevas de perca en los ríos, lagos y lagunas del ninguneado mapa del país.

(Sí que tardará. Seguro. Pero vaya si valdrá la pena esperar si con el tiempo a esta sociedad de piolas la reemplaza una sociedad de percas)

(*) especial para Perfil.com.