—¿Dónde va, señor?
—No lo sé, fuera de aquí. Es la única manera en que puedo alcanzar mi meta.
—¿Conoce usted su meta?
—Sí, lo acabo de decir. Fuera de aquí, ésa es mi meta.
De “La partida”, Franz Kafka (1883-1924).
Dicen que los expertos reconocen tres clases de sistemas económicos; los liberales, basados en la libertad de mercado; los populistas o keynesianos, que postulan la intervención del Estado en diferentes grados... y los utilizados en Argentina, donde todos ellos han fallado. Lo mismo pasa en Racing, igualmente en crisis en sus épocas de asociación civil sin fines de lucro, como club gerenciado y en este limbo multicomando de hoy –interventor, juez, fondo fiduciario– que no es una cosa ni la otra, pero tampoco una tercera. Incorregibles, melancólicos, sorprendentes, tiernos y despiadados con quien se apasiona por ellos, club y país continúan con su extraña simetría en celeste y blanco. Se los ama igual.
Las frías tardes de receso nos han congelado el espíritu, colegas. Difícil se le hace a uno defender las bondades de la competencia local viendo cómo los futbolistas se desesperan por subirse a un avión y firmar con los clubes más exóticos del planeta por un puñadito de euros. Deprime un poco oír a chicos llegados desde el Nacional B o el interior, desbordados de emoción por alcanzar “esta vidriera tan importante”. Ellos huirán después de un par de buenos partidos, posarán sonrientes en Ezeiza y cumplirán su deseo: ser parte de modestos equipos rumanos, belgas, árabes o israelíes; esa masa de extras que sirve para que los grandes jueguen más y la Champions League sea mejor explotada por la tele.
Se van, los ponen mucho, poquito o nada, y pasan a ser víctimas de un extraño síndrome, el “efecto yo-yo”. Giran como trompos, de un lado al otro. Son mercadería perecedera. Los dueños de sus pases los colocan, incluso, para forzar otras contrataciones más importantes. Hay un mercado mayorista y un menudeo berreta. La cosa es facturar.
Borges, para ejemplificar lo que percibía como cierta dureza poética en el idioma castellano, daba como ejemplo la palabra “sueño”; tan áspera en su fonética española como dulce y musical en su versión en francés (rêve, sommeil) o en inglés (dream). El fútbol moderno ha puesto mucho de lo suyo para vulgarizarla más, no tengan dudas. “Mi sueño es retirarme vistiendo la camiseta de mi club”, se emocionan los ídolos del pasado cuando ya no llegan ofertas en moneda fuerte. No es el caso de Verón; quizá tampoco el de Kily González. Pero poco puede decirse en defensa de otros, lo siento. Hay que entenderlos, ojo, porque hablamos de un trabajo, y justamente no de los más piadosos. Pero basta de sanata, chicos. La gente no es tan idiota. O eso creo.
El mercado de pases, una vez más, se ha movido con extrema modestia. Fue Independiente el primero en contratar jugadores. “Es el que mejor se reforzó”, repitió la cátedra, aunque después de un par de amistosos la euforia se apagó un poco. Racing, pobre, contrata futbolistas por avisos clasificados, así que no hay mucho para comentar sobre eso. San Lorenzo sufre un síndrome de abandono. Con Ramón Díaz se evaporó el amor incondicional del grupo inversor, que rápidamente intentó recuperar sus garbanzos antes de que el bajo rating apremiara. Como por ahora Russo no pinta para los 30 puntos, Placente y D’Alessandro huyeron en busca de nuevos amores. Ingratos.
River repatrió a Facundo Quiroga –¡atento Menem!– aunque necesitó de un empresario para tratar de sumar a Salcedo, el punta de Newell’s. De todos modos, nadie podrá reprocharle a Aguilar falta de visión política. Antes de que Cristina hiciera lo mismo con Sergio Massa, trajo de Tigre a Galmarini, hijo del Pato, ex funcionario de Menem, duhaldista y suegro del nuevo jefe de Gabinete. Joaquín Morales Solá, un poroto.
Estudiantes de Verón se llevó a la joyita del mercado, Mauro Boselli, postergado en Boca por Palermo y el extraño caso de Palacio, el hombre que amaga pero jamás se va. Inédita tranquilidad vive el ex club de Macri, sin caras nuevas y dirigido por un técnico invendible. ¿Qué pasa? ¿La racionalidad por fin ha vencido? ¿Acaso la ahora pacífica barrabrava que comparte asados con el plantel está bajo control, o son ellos los que controlan? Quién sabe. Pompilio está por venderle al Hamburgo a Monzón, el joven lateral zurdo de la Selección olímpica con una veintena de años e igual cantidad de partidos en Primera, por casi el doble de lo que Napoli pagó por el punta Germán Denis. Milagro de rentabilidad.
De todas maneras, el dinero no lo es todo y si no que lo diga Messi. Le va a costar hacerse querer por una argentinidad que suele mirarlo de costado salvo cuando tiene la pelota en los pies, exclusivo momento en que el chico se ilumina hasta el deslumbramiento. No lo ayuda su carácter introvertido, su tono monocorde. Hasta Maradona salió a pegarle y dijo que “le faltaba carácter”. Ojalá los Juegos Olímpicos sirvan para concretar un romance con la gente: pasó con Tevez en Atenas 2004. Una medalla lo ayudará, como a Cobos el conflicto con el campo, a De Angeli su diente roto y a Scioli el deporte y el turismo. El talento de Messi lo merece.
Los medios masivos podrán hacer justicia con la virtud después de haber elevado hasta las nubes tantas veces a gente obvia o demasiado gris; reyes de la oportunidad capaces de estar ahí, en el lugar exacto y en el momento indicado. Zeligs del área; tipos que, aunque le peguen con la canilla, saben bien cómo meter sus goles... y zas, a cobrar.