Mientras leía Los orígenes de la Ley Negra; un episodio de la historia criminal inglesa de E. P. Thompson (1924-1993) tuve la curiosa sensación de que el libro no me correspondía, que estaba fuera del circuito de un lector con mis señas culturales. No entendía muy bien qué hacía yo en medio de esas cuatrocientas páginas con letra chica y más de setecientas notas bibliográficas acerca de oscuros sucesos del siglo XVIII en los bosques de Inglaterra. Aunque el libro tiene una flamante y atractiva edición en castellano, difícilmente saldrá del consumo de los especialistas y dudo que alguien lea este libro por placer, aunque el placer que de él se obtiene supere largamente el promedio de lo que se encuentra en la mesa de novedades de una librería.
En realidad, llegué a la Ley Negra por el recuerdo que tenía de otras dos obras de Thompson. Una es La formación de la clase obrera en Inglaterra (1968), donde por primera vez (no digo que fueran muchas) comprendí que un marxista podía no sólo evitar el dogmatismo sino iluminar una situación histórica (en este caso, nada menos que el surgimiento de ese proletariado que Marx había conocido en Londres) con una mirada original, que le diera valor a los detalles y los conectara con un mundo viviente y complejo. El corazón de la prosa de Thompson está ligado a sentimientos universales de rechazo contra la injusticia que son anteriores al capitalismo, que exceden largamente la lucha de clases y rechazan la aplicación de una teoría abstracta y general que todo lo iguala y encuentra en cada documento una prueba de lo ya sabido. Thompson elabora en ese libro extraordinario una novela sobre la dignidad de los sumergidos y está mucho más cerca de Dickens que de los manuales partidarios y sus simplificaciones.
Desde ese lugar no es extraño que Thompson –quien abandonó el Partido Comunista en 1956 tras la invasión a Hungría– fuera el gran enemigo de Althusser: en Miseria de la teoría (1978, el segundo de los libros que me hicieron tenerle un gran aprecio), Thompson pulverizó con gran agudeza y gran rencor el marxismo estructuralista y abstracto de Althusser –tan de moda en su época– al que caracterizó como la fundamentación filosófica del estalinismo y una rebuscada justificación de sus crímenes.
En Los orígenes de la Ley Negra, Thompson estudia una ley sancionada en 1723 durante el reinado de Jorge II, tan arbitraria que permitía ahorcar a alguien por talar un árbol. La Ley Negra representa el pasaje de un derecho consuetudinario a otro basado en la protección de la propiedad privada y la represión de toda rebeldía de las clases inferiores. Thompson investiga una serie de conflictos forestales –sobre los que casi no han quedado documentos– que le permiten, entre otras cosas, desnudar los mecanismos corruptos y prebendarios de la administración whig de la época basada en el enriquecimiento ilícito de los funcionarios, el tráfico de influencias, la manipulación de jueces y parlamentarios y la operación de una red de espías y soplones.
Descubre también que, ocultas bajo la superficie de una prensa acosada, las historias de la Ley Negra alimentaron las sátiras de Fielding, de Pope y de Swift, cuyos Viajes de Gulliver se inspiran en ellas. Pero acaso el centro del libro sea la pasión de Thompson por narrar un caso en el que los tribunales terminaron por perdonar a un reo, a pesar de la firme voluntad de ejecutarlo que tenía el poder político. Para el autor, la lucha contra la crueldad y la discusión de la ley en cada caso constituyen el secreto motor de la historia. Contra ese modo de la memoria se alza otra vez la tendencia a igualarlo todo en una frase maniquea, ya que sólo importa pertenecer al bando adecuado. Por eso también resulta tan raro leer hoy a E. P. Thompson.