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Miles de señas

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¡Son tantas las cosas obvias que nunca se me hubiera ocurrido pensar! Un ejemplo: hoy vi ensayos de El hombre que perdió su sombra en el Cervantes con traducción simultánea para niños sordos. Lo curioso es que la obra tiene canciones de Axel Krygier con rimas rigurosas. ¿Estamos en problemas? El lenguaje de señas opera por acumulación de conceptos, con un orden más parecido a la lógica que a la vaga conversación. Alguna vez tuve aprender algunas palabras-conceptos: el límite nunca me fue del todo claro y yo solo memorizaba una coreografía de manos y expresiones. Con la repetición de las funciones y la velocidad de la actuación, tarde o temprano nuestra escena se volvía gangosa, estilizada, ilegible. Hay que saber mucho para hablar en señas porque –como en toda fonética– lo importante no es cómo suena un fonema sino que no se confunda con lo que suene parecido. Hacer una seña es decidir no hacer todas las otras similares.

Estas canciones perderían la rima original, salvo que el intérprete de señas imagine una manera de hacer “rimar” sus movimientos: si las sílabas riman, ¿por qué no las manos? Los movimientos pueden parecerse, o complementarse, o funcionar como actos vecinos de paradigmas cercanos; de la poiesis de estas curvas en el aire sería posible, elucubro, restituir la construcción ficticia que ocurre cuando la poesía desemboca en rima.

No me atrevo a preguntar a los traductores si lo han pensado; ya es proeza traducir escribiendo en el aire.

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Pero escribir poesía es siempre un acto flojo y ligero, y es siempre en aire y a veces en arena en medio de ventiscas.