Me encuentro con Mariano Llinás en el teatro Defensores de Bravard alrededor de unos sánguches de miga para debatir sin rumbo; alguno lo llamó “jam de pensamiento”. Según George Frazier, una jam es una reunión informal de músicos de jazz con afinidad temperamental, que tocan para su propio disfrute una música no escrita ni ensayada. Nos faltó jazz, pero todo lo demás fue exactamente así. Supongo que la máxima afinidad temperamental surgió alrededor de una idea impronunciable, que es la de por qué hacemos el arte que hacemos. Yo siempre fui fervoroso adherente de aquella explicación que da David Lynch: “El mundo es extraño”. Llinás, que no adhiere a Lynch, ha reformulado la frase a su conveniencia, dejando el sentido intacto: “Hay otras cosas”.
Hacemos esto para demostrar que hay otras cosas. Ante la elección de un posible plano, una escena, unos colores, a algunos nos lleva sin piedad ese tifón estruendoso: hay otras cosas, distintas de las que vemos, de las que ya sabemos, de las que ya nos enseñaron a mirar.
La sesión fue intensa y se debatió desde la vida biológica de las plantas (y su creatividad) hasta los fundamentos de las crisis culturales (y la ambigua participación del Estado en esas crisis). De hecho, sí que había un objetivo en la reunión improvisada: juntar a la gorra para ayudar a pagar los matafuegos, el agua y otras cosas que antes no eran obstáculo y ahora sí para esta hermosa sala independiente, que –junto a tantas otras– hacen la diferencia entre vivir en esta ciudad o no.
El nudo del debate, propulsado por Matías Feldman y Santiago Gobernori, obligó a Llinás a cuestionar la noción de creatividad desde una perspectiva total. El piensa –como Maeterlinck en La inteligencia de las flores– que no hay gran diferencia entre una planta y un humano. La planta decide crear una flor vistosísima que atraiga abejorros; de la forma de esa flor y de su capacidad para burlar la competencia floral alrededor dependen su reproducción y su supervivencia. La flor es el modo con el que la planta supera su defecto: la inmovilidad. En el hombre, en cambio, que sí se mueve y fornica, el defecto es la muerte. Y la intrascendencia. Así que el hombre hace lo mismo: crea sus formas esperando que estas lo trasciendan.
Me permito una objeción. La planta no tiene opciones porque la forma de su flor está predestinada: no puede elegir otra forma para ella. La evolución ya lo hizo antes. Pero el hombre se debate precisamente porque nadie le ha dicho cuál es la forma de esa creación que lo ayude a trascender y pelea con la tensión de las formas sin hallar una respuesta: vanguardias, tradición, clasicismo, iconoclastia. La elección de esta forma –sin dejar de ser trascendente– tiene algo de inútil. En cambio, en la biología, la creación es absolutamente utilitaria. Llinás aduce que vistos desde lejos (desde otro planeta) la planta que se esmera o el pintor que mete cuadros más o menos de un color u otro en unas casitas son lo mismo. No me convence del todo, pero veamos.
Cada vez más, esta ciudad explota de planteos que en el fondo son el mismo: el domingo estuve en La Confitería, donde los vecinos de Colegiales denuncian la venta de tierras públicas para construir torres sin pasar por el Congreso. Todos los vecinos queremos parques y no negociados inmobiliarios, pero lo que queremos los vecinos ya se sabe y sin embargo a quienes gobiernan no les importa. Axel Krygier cantó con Isol sus maravillas distorsionadas y exultantes como pistilos desaforados, Roberto Jacoby conmovió leyendo un largo poema-nouvelle sobre el estoicismo de los árboles, Dick el Demasiado recitó algo así como chistes de Jaimito acompañado de un thereminvox y una guitarra, Julián D’Angiolillo mostró sus inquietantes cortos sobre la ciudad interrumpida por vallas y decisiones insólitas, Guadalupe Marín hizo su magia de proyecciones, transparencias y eslóganes de lucha. Buscaban dar visibilidad a este asunto monstruoso de las torres. Varias hectáreas ya se vendieron de manera ilegal. Así que sí, los vecinos y los artistas, con un solo grito, están tratando de hacer lo que dice Llinás que hacen las plantas y que hacemos todos: sobrevivir.