No todos los días se descubre un escritor, pero hace poco descubrí a Milita Molina. Fue así. Alguien citó en Twitter una larga entrevista a Molina en la web. No recuerdo quién la citó ni quién hizo la entrevista y ahora no la encuentro. Pero aunque no puedo repetir las respuestas, sé que el reportaje dejaba flotando la impresión de que esa mujer hablaba de literatura como no se habla en suplementos, cátedras ni librerías. Como efecto de la conversación la literatura se agrandaba, resultaba un universo sin las fronteras históricas, geográficas y estilísticas impuestas por los agentes culturales, sin servidumbres como la de “contar historias”, pero a la vez se achicaba a lo que valía la pena.
Como en otro tuit le pedí a la editorial que me mandara Mi ciudad perdida (2012), su última novela, me llegó un mail de Molina en el que me pedía la dirección para enviarme Los sospechados (2002). Le comenté que tenía en casa Una cortesía (1998) y para mi sorpresa (es raro que los escritores hagan algo así) Molina dijo que esa parte de su obra ya no le interesaba, que la consideraba “una novelita enconchada” –misteriosa expresión que figura en Los sospechados– y que el prólogo de ese libro, escrito por Germán García, se titula “Con otra voz” en alusión a la mutación de la autora.
Un par de semanas más tarde me encontré frente a los tres libros y por superstición cronológica empecé por Una cortesía. Me pareció fenomenal, una novela encantada que, como las de César Aira, se construye en el presente de la lectura, aunque ésta tiene como centro la tensión y el erotismo del lenguaje. Los dos personajes parecen intérpretes de una obra de teatro que en el teatro sería imposible y que reniega de una trama convencional. “Pacheco sintió que estaba perdiendo el tiempo y que aquel encuentro no tenía en verdad ningún ‘hilo conductor’ y en su furia se reconoció a sí mismo como un hombre que sólo creía en los resultados”.
Me puse a leer Los sospechados preguntándome por qué Molina renegaba de Una cortesía. El prólogo no aclara mucho porque Germán García habla más de sí mismo que de Molina. Pero me pareció que había allí en juego una disputa con Aira por la herencia simbólica de Osvaldo Lamborghini. De hecho, Lamborghini es una presencia esencial en Los sospechados y en Mi ciudad perdida –como referente en un caso y como ventrílocuo en el otro–, pero en el primero se elogia a Aira (“Es una vergüenza que yo, la persona menos cosmopolita de su tiempo, sea la única que puede demostrar que nuestra literatura siempre fue universal, casi eterna, como la obra extraordinaria de César Aira”) y en el otro se lo trata de tarado.
Los sospechados es una comedia aforística, graciosa y explosiva sobre el mundo literario, con personajes en clave como El Gran Lector, El Testigo de Oficio y El Boludo Incansable. Mi ciudad perdida es más densa, algo así como una autobiografía en la que el autor/autora parece de a ratos poseído por el fantasma de Lamborghini, pero también una recorrida por los suburbios del rock, el sexo y la tragedia.
Es cierto que Una cortesía y Mi ciudad perdida son libros completamente distintos: apolíneo y concentrado el primero, desgarrado y caótico el segundo. Pero me parece que todo lo que escribe Milita (que no milita) está bendecido por la libertad.